Friday, February 1, 2013

Capítulo 7: Cerdísimo


La ética y la moral, como ocurre con todas las cosas, tienen muchas caras distintas. Las dos más conocidas quizá son las más radicalmente opuestas: la luz y el día, el ying y el yang. Las leyes las escriben unos pocos, la ética y la moral son dos formas excelentes para mantener una población mansa, bajo control. Sin embargo, el hombre en ausencia de esas escrituras, de esas concepciones, ya de por sí malvado e hijo de puta por naturaleza, se vuelve monstruoso, en un ser sin piedad. La necesidad de supervivencia y el ansia de poder, así se resume la ética y la moral, si queremos simplificar.

Y Líon, en aquellos momentos, no tenía ni necesidad de supervivencia, ni ansia de poder. Un hombre que lo ha perdido todo, esas concepciones se las pasa por el forro. Las leyes, las creencias y la moralidad no le dan de comer, no le llenan el corazón ni el alma, no le dan un futuro. Tampoco tiene nada que proteger, ni puede construir su vida alrededor de nada. Cierto, Líon tenía un trabajo y mucho mejor pagado que todo lo que había hecho antes, pero...¿Y el precio que había pagado a cambio? ¿Qué había sido de su dignidad, de su mundo, de sus seres queridos?

Aquella nave era su gran prisión, salvación sí, pero prisión al fin y al cabo. Una prisión repleta de lujos y de grandes manjares. Se sentía como un príncipe al qué han confinado en un majestuoso y exuberante castillo para siempre.

Por eso cuando Armaud le presentó a aquél magnate gordo, con más parecido a un cerdo que al cerdo en sí, y éste le ofreció trabajar con una vieja conocida en Skiorda (un país del lejano norte) aceptó sin casi pensárselo. Y aquella vieja conocida era Yu Zhan.

-Aquí estamos todos en el mismo barco. Somos forajidos, apestados, no nos quiere nadie. ¡Todo son celos! Apestamos a dinero, eso es todo. No soportan que seamos capaces de hacernos ricos fuera de su podrido sistema.

Líon y Budán (el magnate acerdado) se hallaban en unos inmensos baños termales rodeados por jardines y pájaros exóticos. Una suave música de arpa acompaña el ambiente de relajación que se respiraba, ambos postrados y desnudos, en la orilla de uno de los baños, el agua casi hirviendo bañando sus cuerpos. La barriga de Budán sobresalía del agua como un inmenso y monstruoso animal que aparece de repente en un lago encantado. Aquel planeta de carne fofa tenía vida propia: cada vez que reía, toda aquella masa de grasa bailaba y vibraba cubierta de sudor.

A Líon casi le entraron arcadas. ¿Por que todos los magnates y grandes comerciantes, tarde o temprano, se convierten en marranos? ¿Demasiada comida, poco ejercicio quizá? Él entendía que una persona así pudiera estar obesa, pero que se convirtieran en cerdos pocilgueros ya era otra cosa. Quizá era el precio que tenían que pagar por tener demasiado dinero. Debía existir una bruja que los convertía en cerdos, en una maldición, como en un cuento de hadas.

Lo único que pedía era no convertirse en algo así, jamás. Y si aquello alguna vez pasara, prefería que lo llevaran al matadero e hicieran embutidos y jamones con él, que pasearse con aquellas pintas delante de todo el mundo.

-En esta operación ganamos todos, señor Líon, todos – mientras hablaba, el señor Cerdo pidió una copa de vino tinto a un criado – Yo soy un hombre de negocios, usted un gran traductor, Armaud un músico excelente y Gandam siente deseos de extender sus tentáculos por el Planeta. Ya se está cansando de confiar todo su trillonario negocio en esta hedionda nave. Ya sabe que es muy arriesgado jugárselo todo a una carta. Los tentáculos están para eso, para extenderse y recoger frutos de por todo. Porque si te cortan uno de ellos, y solamente tienes uno...¿Qué haces?

-Todo esto es muy encomiable, señor Cerd... -carraspeó – señor Budán. Ahora me gustaría conocer los detalles.

-¡Así me gusta! Es usted un hombre de acción, ¿Eh?

Líon se encogió de hombros y se encendío un cigarrillo de Kishka que un criado le proporcionó.

-Yu Zhan lleva un tiempo considerable trabajando para nosotros. Le seré claro. Hasta hace poco tiempo, teníamos el monopolio de venta de sinapsis especializadas en todo Palaus. Y se preguntará...¿Por qué no teníamos competencia?

Aquí es conveniente explicar, de forma breve y concisa, qué son las sinapsis especializadas. Normalmente, cualquier persona con una pequeña suma de dinero, puede hacer que se le injerte una sinapsis artificial en su cerebro, que le permite usar la telepatía con otra gente, usarlo de forma lúdica (juegos online, por ejemplo), realizar algunos negocios y poco más. Luego están las sinapsis especializadas, como la que tenía Líon, que permiten conectarse con infinidad de máquinas de tecnología punta. Por ejemplo, pueden conectarse con la sinapsis de una nave para manejarla, guardar documentos secretos encriptados, conectarse con casas enteras, manipular el cerebro de según qué personas y...usarlas para el arte de la guerra. Y el negocio de la guerra, queridos lectores, es el que más dinero mueve, el más provechoso. Y, además, es una apuesta segura: siempre ha habido, hay y habrá guerra.

-El gobierno se llevaba un buen pico, a cambio de no meter las narices en sus asuntos.

-¡Muy bien! Muy agudo, señor Líon. Usted encajará bien en este negocio.

-No hace falta ser un genio para llegar a esa conclusión. Por favor, continúe.

Budán, que había posado su copa de vino sobre su barriga a modo de mesa, la agarró con sus manos como salsichas, y bebió un buen sorbo.

-Aaagg...¡Pero qué se han creído esos malditos lacayos! ¿Se creen acaso que no sé distinguir entre un Maragnon gran reserva, y un Pirugnon aromatizado? ¡Ellos saben perfectamente que el Pirugnon me da ardor de estómago! ¡Había pedido un Maragnon gran reserva, desgraciados! - gritó, con aquella desagradable y porcina voz. Un criado se presentó ahí como una centella, y se disculpó entre grandes aspavientos. Budán le lanzó la copa de vino a la cabeza que el criado esquivó gracias a unos buenos reflejos – Luego hablaré con tu superior, rata de mierda. Bien...¿Por dónde íbamos?

Líon hizo un gran esfuerzo para no sucumbir al deseo de meterle un puñetazo en aquella jeta abombada, de grasa colgante. Pero los negocios eran los negocios.

-Le pedí que, por favor, continuara señor Budán.

-¡Oh, cierto! - se acarició la papada – Como le decía, antaño teníamos la exclusiva de todas las sinapsis especializadas en Palaus. Los kórmicos llevábamos mucho tiempo metidos en esto, con el beneplácito del gobierno (Líon, desde que habían empezado a hablar, ya sabía que Budán era de Korma...aquél fuerte acento era inconfundible). El problema ha llegado con la irrupción de comerciantes asiran en Palaus y Maren, antaño enemistados, como usted ya sabrá. Esto les ha obligado a pactar un acuerdo comercial con unos aranceles que, para nosotros, son insultantes. Medidas proteccionistas, y con eso creen que van a blindar el comercio para sus propias ganancias...¡Imbéciles! Y luego están las malditas filtraciones...

Suspiró, durante una pausa dramática.

-Sorpréndame – espetó Líon, con su mirada clavada al techo, dándole una larga calada al cigarrillo.

-Se ha filtrado que varios comerciantes nuestros, que estaban bajo nuestra protección, se han saltado el pacto comercial con Palaus a la torera, y han llegado a acuerdos comerciales con mercaderes Asiran – se dio una fuerte palmada a su propia barriga - ¡Malditos irresponsables! Aún estamos buscando a quién se le fue de la lengua. O se trata de un topo, o de un idiota. No descartamos nada. El caso es qué ahora ambos gobiernos, el de Palaus y Maren, han decidido llevar el negocio de sinapsis conjuntamente. Y están presionando a la Comunidad Internacional para que cese “la mafia de Sinapsis” porque, según ellos, es peligrosa para la población mundial. ¡Malditos hipócritas!

-Resumiendo. Que os habéis tenido que ir por patas de Palaus y ahora queréis estableceros en otros lugares sin leyes tan restrictivas para el comercio.

-O en un país lo suficientemente desesperado como para querer obtener sinapsis especializadas a casi cualquier precio.

-Un país en estado de guerra, y fuera de la Comunidad Internacional.

-Exactamente – sonrió, satisfecho – Yu Zhan acaba de establecerse en Skiorda, sin hacer ruido. Estas cosas hay que hacerlas poco a poco, sin estridencias. Y se vé que en usted confía bastante. Y ni qué decir tiene que confío en sus palabras: sus éxitos en los negocios la preceden. ¡Tiene un olfato para esto inaudito, impresionante!

-Venga, señor Budán, que yo no me chupo el dedo – le miró, componiendo una sonrisa sarcástica – Me tenéis cogido de los huevos porque yo ya me vi con Yu Zhan dos meses atrás, y allí ya me ofreció un trabajo. Y de eso ya estaréis bien enterados, al igual que el tema de mi huida de Palaus y de toda esa puta historia con la hija del embajador que ha salido en todas las noticias.

-¡Oh, no, se equivoca, señor Líon, en algunas cosas que usted acaba de decir! - su tono de voz sonaba sorprendido y algo indignado - ¡Por supuesto que nos hemos informado sobre usted, y también sabíamos que usted conoce a nuestra amazona del comercio! Pero de ahí a decir que le tenemos cogido de los huevos... - dio un sorbo a su copa de Maragnon – Puede decidir quedarse en este vertedero, si lo prefiere. Aquí tiene un trabajo muy bien pagado. Como ya le dije, aquí todos somos forajidos, apestados, no nos quiere nadie.

-Y mi única opción para salir de aquí, es hacer negocios con vosotros.

-¡Exactamente!

Líon se sentó en el borde del baño, enroscándose la toalla alrededor de su cintura, y observó al Cerdo desde arriba, con rostro pétreo, inescrutable.

-A eso me refería con qué me tenéis cogido de los huevos. Armaud ya os habrá contado mis desvelos, mis problemas y mis desilusiones, y sabréis mejor que yo que mi único deseo es salir de esa puta prisión de metal. Me da igual con quién, y cómo y con qué negocio turbio, corrupto y salpicado por mafias, guerras y sobornos. Todo esto ya es para mí lo de menos.

-¿Es esto un sí, entonces? - Budán se sentó junto a él, posando su inabarcable y apestoso culo sobre las baldosas y extendió la mano hacia el traductor, con una sonrisa.

-Le echaré un vistazo al contrato, pero vaya, no tengo otras opciones. Así que, realmente, perderé la poca dignidad que tengo y le voy a dar la mano. Consíderelo como un acuerdo informal, señor Budán – le apretó la mano, agarrándosela con tal fuerza que el Cerdo hizo una leve mueca de dolor - ¡Uy! ¡Lo siento! Soy incapaz de controlar mi fuerza.

-Jeje... - se limpió el sudor con una toalla- Ya lo veo, ya.

Capítulo 6: Una nave llamada Vicio


La pequeña cápsula con forma de bala rojiza aterrizó en el atestado puerto de la gigantesca nave de una forma que era de todo menos épica y elegante. Dentro de la cápsula se encontraba un viejo amigo de fiestas, borracheras y desfases, pero la excitación que Gandam sentía hervir en su interior no provenía de aquellos aventureros y borrosos recuerdos, de truhanes invasores de camas ajenas, no. Sino de la suerte que había tenido al caerle del cielo (metafóricamente, puesto que allá en el espacio todo es cielo) un traductor de renombre incontestable. Y en sus negocios su profesión era casi una bendición...¡Siempre que no pidieran demasiado dinero a cambio!

Pero el Líon que vio al abrirse la compuerta de la cápsula no le recordó en nada al sinvergüenza caradura que conocía. Allí vio a un hombretón encogido, llorando a moco tendido como un niño perdido y abandonado que ni siquiera se cubría la cara con las manos para que no le vieran en aquel estado.

-¡Essaaaaa! - gritó Gandam, con alegría, alzando los brazos hacia el techo - ¿Me echabas tanto de menos que te has puerto a llorar al verme, Essa?

-Deja de mirarme con esa risita de gilipollas, puto negro. Necesito un trago.

Jamás le habían pagado tan bien en toda su vida pero, a cambio, tenía que lidiar con la peor calaña de la Galaxia y, seguramente, de todo el Universo (hasta el infinito y más allá, amigos). Cualquier negocio turbio que os podáis imaginar se realizaba en aquella isla de la Tortuga flotante: peleas a muerte; apuestas y juegos que terminaban en batallas campales; prostitutas mayores y menores; drogas prohibidas que hacían enloquecer hasta a la Razón misma; reclutado de mercenarios con caras como mapas; orgías con entrada previa; zoofilia y mil filias más; conciertos dónde todo estaba prohibido menos echar la pota encima del camarero. Y políticos. Muchos políticos.
¿Olvidarse de Kreta? Él os hubiera asegurado, sin pestañear, que sí, que lo había logrado. Pero si os hubierais introducido en sus sueños, habríais visto unos parajes bien distintos.

El subconsciente jamás olvida.

-Líon...¡Líon! ¿Qué? ¿Otra vez de viaje?

Armaud, el único amigo que había hecho durante el mes que llevaba trabajando en aquella casa de putas y perversión, le miraba con sus rasgados y negros ojos, su cara aniñada que formaba una sonrisa traviesa en sus labios y, sobre su regazo, una guitarra acústica.

-¿Sabes, Líon? Creo que necesitas echar un buen polvo. Así de claro te lo digo, colega.

Líon agarró la botella de ron que se hallaba sobre la mesa, entre los dos, y le dio un buen trago.

-Dedícate a componer tus chorradas y payasadas, y déjame en paz.

Armaud se echó a reír.

-¡Aah! ¡Qué malo eres conmigo, Líon! Encima que te invito...

-Nadie te obligó a hacerlo – le contestó impertérrito, encogiéndose de hombros.

Como si no le hubiera escuchado, el músico se puso a tocar la guitarra, rasgándola suavemente, los ojos cerrados. Estaba en pleno proceso de composición.

Armaud, el músico, con aquella figura femenina, sus largas pestañas que cubrían sus ojos rasgados, torneadas piernas cruzadas. Cabello largo de color rojizo sucio. Yo de vosotros no me dejaría engañar por su apariencia calmada, noble e íntegra.

Desertor, traidor, egoísta y cobarde. Ese era el resumen que Líon hacía de las mil y una historias que Armaud llevaba a cuestas. Provenía de una familia rica de comerciantes, del sur del miserable país de Pandeo que cada dos por tres era asolado por guerras intestinas que llevaban a cabo los militares de turno que se turnaban, jugando a la gallinita ciega con el poder: ojos tapados, y un fusil en el hombro. ¡Y a disparar! Entonces llegó el famoso alzamiento popular en los qué la chusma fue en busca de los ricos y los poderosos para rebanarles el cuello, apoyados por milicias que habían desertado del ejército.

Armaud imploró e imploró para que no lo mataran, a pesar que acababa de delatar a sus padres y a su hermana (que odiaba profundamente) para así conservar su cuello. ¡Se esconden ahí! ¡Ahí! ¡Ellos son los culpables! Se las ingenió para hacerles creer que él era un revolucionario, y que su familia le había obligado a permanecer en la mansión bajo amenazas de muerte. Se lo creyeron todo, de pe a pa: los músicos tienen, normalmente, un don para la interpretación teatral. Y encima tuvo la santa suerte que el jefe de los revolucionarios se había enamorado de él, y pronto, gracias a esta droga que causa ceguera y atontamiento llamado “amor incondicional”, consideró a Armaud como su protegido, a cambio de ardientes noches con él.

Le gustaban las mujeres y los hombres; y seguramente a algún animal también se habría tirado. No le daba ascos a casi nada.

La famosa Noche de las Lágrimas de Pandeo llegó, en la cuál el ejército del antiguo régimen decidió exterminar a todos los habitantes del país que tuvieran alguna relación con los revolucionarios. Justo cuando el jefe de las milicias, su amante, decidió que era hora de rendirse para así evitar más matanzas indiscriminadas en los pueblos, él se hizo pasar por un comerciante que los revolucionarios habían secuestrado durante la Revuelta. La traición trastocó tan profundamente al jefe, que este se quitó la vida delante de los militares que estaban a punto de detenerle y llevarle a juicio, en el cuál, seguramente, le hubieran condenado a muerte.

-”No sentí ningún remordimiento. Mi vida es mucha más valiosa que la de esta gentuza que hacen creer al resto que tienen todas las respuestas a preguntas que ni siquiera entienden” - le había dicho un día, con una sonrisa de oreja a oreja. No había visto en su rostro ni el mínimo amago de vergüenza ni de arrepentimiento.

Con lo qué no contaba Armaud era con qué el jefe, su amante, tenía guardados decenas de video-ologramas de ellos dos teniendo sexo salvaje en su sinapsis que los militares inspeccionaron con detenimiento después de su muerte. Y recuerdos, muchos recuerdos que él había guardado con celo. Armaud jamás se habría imaginado que la tecnología actual fuera capaz de registrar sinapsis de un cerebro muerto. Y aquello le envió, directamente, a prisión, a la espera de un juicio.

Cómo fue capaz de huír y de llegar a aquella nave de perversión que se hallaba a 3 U.A del planeta, era un misterio. No se lo había contado, quizá queriendo conservar un cierto halo de misterio como suele ser costumbre entre los artistas.

Al acabar de contarle aquella historia, a Líon le habían entrado ganas de abofetearle hasta dejarlo convertido en una pulpa irreconocible. Pero desistió: se encontraba demasiado solo, y, lo que es más importante, se la sudaba todo y todos. Le gustaba la música que componía, su compañía era divertida y le sacaba un poco de su ensimismamiento. Y encima hablaba en uno de sus idiomas favoritos: el Naska, el idioma hablado por los habitantes del sur de Pandeo y también por una gran parte de la gente que habitaba la frontera con Malen. Había tanta música en aquél idioma que sus hablantes siempre parecía que se tomaban las cosas con humor y con alegría. Te podían mentar a tu puta madre y parecer que estaban describiendo el olor de un bebé recién bañado.

Empezó a tocar una canción con tintes muy renacentistas, mientras le miraba con ojos encendidos que reían solos sin que unos labios fueran necesarios. Sus dedos se movían a través del traste de la guitarra como si tuvieran vida propia.


-Líon, abre tu corazón, cuéntame algo que te atormente, y yo sacaré de ahí una canción que te hará reír.

Líon dio otro trago al ron, sus ojos perdidos.

-Una oda a la traición y a la cobardía te vendrían como anillo al dedo.

-¿Qué tiene de malo amar tu propia vida? Deberías agradecerme que sea tan sincero. Eso significa que te aprecio – dijo todo aquello de corrido, sin dejar de tocar.

-Ya he visto qué aprecio les tienes a tus amigos.

-Si las circunstancias me hacen elegir entre mi vida y la de otros, elegiré siempre mi vida. Eso no significa que no tenga sentimientos – empezó a entonar y cantar las propias palabras que pronunciaba – Todos somos actores en este gran teatro que es la vida, pero nadie es consciente de ello. Pero yo, yo lo soy. Y actúo como tal.

-Déjate de milongas y canta un rato. Para eso estoy aquí, sino ya te habría mandado a tomar por culo, o te habría asesinado. O ambas cosas a la vez.

-Antes cuéntame alguna historia, una historia tuya. Esa es mi condición. Yo ya he sido muy sincero contigo, querido. Y he conseguido que me odies, lo cual es el primer paso para amar a alguien.

Líon se llevó una mano a la frente y se restregó los ojos. ¿Qué estaba haciendo con su vida, para que de pronto le entraran ganas de contarle todo lo que había sucedido últimamente en su vida con pelos y señales a alguien famoso por ser cualquier cosa menos un buen amigo? Y eso fue lo que hizo, contarle todo lo qué le había sucedido con Kreta, tratando de ser lo más frío y pragmático posible. En aquella nave, realmente, no había nada qué temer. De hecho, tampoco le importaba contárselo a cualquiera. Le daba igual.

-...en fin. Una niña con principeazulismo, que creyó que yo la tenía que salvar de su torre de marfil guardada por su gran malvado padre – mintió como un bellaco. Aunque bueno, lo de principeazulismo tenía algo de cierto.

Armaud cerró los ojos y sonrió con bastante malicia.

-Oooh...ahí viene... mmmh... - sus labios se movían con gran velocidad, como si estuviera rezando – Ya tengo unas cuantas rimas excelentes. Pero haremos una cosa, mi precioso Líon – dejó, por fin, de tocar (¿Lo decidió él, o sus dedos?) y, apartando a un lado la guitarra acústica, se acercó a Líon hasta casi rozar sus labios, con una sonrisa entre enigmática y erótica – Vendrás esta noche a mi concierto y ahí escucharás mi nueva canción.

Líon vació el poco ron que quedaba dentro de la botella.

-Vendré, no tengo nada mejor que hacer de todas formas.

-En el fondo estás deseándolo.

Líon se levantó, tambaleándose un poco y apoyando una mano sobre la mesa. Ya iba bastante borracho, pero no lo suficiente. Carraspeó, tratando de aparentar indiferencia.

-Dentro de una hora estaré por aquí, en la barra, fingiendo que te escucho. Y me marcharé pronto que mañana tengo un día bastante ajetreado. Eso sí, ni se te ocurra pronunciar mi nombre en ningún momento.

¿Marcharse tan pronto? No era verdad. Al día siguiente solamente tenía que ir a hacer de intérprete entre obsesos sexuales que querían compartir experiencias...y por la tarde.


Hombres con caras de asesinos en serie alrededor de una mesa, jugando a las cartas y apostando cantidades insultantes de dinero. Una puñalada en una mano. “¡Tramposo!”. Gritos, alaridos, un tumulto. Dos muertos. Unos guardas que parecían salidos de un laboratorio de experimentos genéticos entre gorilas y humanos, se llevaron a los alborotadores y el resto siguió jugando. En otra mesa, una niña que no debía superar los 12 años se balanceaba sobre las torcidas piernas de un viejales de 70 años. Se daban un beso de tornillo, mientras la cría le robaba la cartera sin que él lo advirtiera. Otra mesa. Cinco adolescentes esnifaban una sustancia azulada: uno de ellos había enloquecido y creía haberse convertido en un perro. Ladraba y ladraba, a cuatro patas. Risas generalizadas. Más trabajo para los guardas.

Finalmente se cansó de analizar todos aquellos despojos que se hacían llamar humanos, y se centró en el copazo de whisky doble que se había pedido. Uisce significaba “agua” en irlandés, una de tantas lenguas desaparecidas de Origen. ¿Que cómo sabía esas cosas? Simplemente, le gustaban los idiomas. Mucho. Y la historia. Le dio un buen trago a la copa, trago que finalmente fue interrumpido por una discusión que se llevaba a cabo a un metro escaso de dónde se hallaba sentado, en la barra. Se giró, molesto, dispuesto a espantar a la chusma que le impedía disfrutar de aquellos momentos de paz, de sosiego.

Una mujer rodeada por dos hombres que, al no poder negociar un acercamiento pacífico hacia ella, trataban de invadirla por las armas. Eso fue lo primero que vio, y no estaba muy desencaminado. Era una mujer joven pelirroja, de pelo corto en punta, delgada y de pechos generosos. De hecho, parecía muy generosa. Generosa en escote, generosa en minifalda, generosa en perfume. De hecho, era la típica mujer que se la pondría dura hasta al rey de los castratti. Y a su alrededor dos jóvenes musculosos a los qué parecía que alguien les había inflado los pechos con una bomba de aire. No me refiero a las tetas, sino a pechos. Al pecho masculino.

-No te vamos a dejar sola.

-¡Eh! ¡Vamos! ¡Te invito a una copa!

-¡Puta, deja de ignorarme!

-¡Toca, toca! ¡Músculo natural, de verdad!

-Si te vienes conmigo, te voy a follar brutal, brutal.

-¡Pues yo la tengo como un caballo!

Joder, mira que había formas de ligar con una mujer, pero es que aquella falta de imaginación y de creatividad le ponía enfermo. Lo único que agradecía de aquellos dos memos, es que al menos fueran sinceros. Si algo odiaba más que a dos subnormales descerebrados como aquellos, era a los pagafantas que dicen “Si, bwana!” a todo lo que la chica les pide. Los perritos falderos que no catarán un coño en su puta vida, vaya. Eso sí, oler sí que olerán.

Aún así, no le dejaban beber en paz.

-¡Hey! - se giró hacia ellos, con una penetrante mirada – Dejadla en paz de una puta vez e iros a trepar unos cuantos árboles. Odio que me molesten mientras bebo.

Justo cuando aquellos dos niñatos musculados estaban a punto de contestarle con sus típicos aullidos simiescos, la mujer intervino, clavando sus ojos violeta sobre los suyos.

-Ocúpate de tu copa, borracho. Guárdate tu mierda caballeresca para un salón de te.

Líon alzó una ceja desconcertado. Ahora que recordaba...él jamás se había metido en líos, había siempre sido gentil con todo el mundo. ¿Desde cuándo se había convertido en un adalid de causas perdidas y de damas en peligro que luego resultaban ser unas zorronas sin remedio? En fin, prefirió no darle más vueltas al asunto.

-¡Venga, vente, lo pasaremos bien! - uno de aquellos sub-humanos la agarró de la cintura, mientras el otro, que no quería quedarse atrás, le sobó el culo sin ningún miramiento.

Craso error.

La mujer, sin previo aviso, alzó sus manos enguantadas (llevaba guantes negros con ribete de seda) agarró los cabellos de ambos y, como si se tratara de dos piedras cualquiera, hizo chocar sus dos cabezas con tal fuerza que Líon creyó escuchar algo rompiéndose ahí dónde deberían hallarse unos cerebros seguramente inexistentes. Ambos cayeron como dos sacos vacíos al suelo, inconscientes. Los guardas se dedicaron a sacar los cuerpos fuera de la sala de concierto, como si se tratara de dos bolsas de basura. O algo peor.

Líon, por primera vez en un mes, se sorprendió y sintió el desconcierto iluminar su columna vertebral con un leve temblor.

-¿Qué miras?

Se dio cuenta que la miraba, embobado, con cara de gilipollas supremo.

-Nada, olvídalo. Simplemente me ha fascinado como has hecho chocar esas crismas – se recompuso lo mejor que pudo y sacó una fuerza dialéctica que llevaba en letargo desde hacía mucho tiempo – Me ha sorprendido el ruido que pueden llegar a producir dos cabezas vacías cuando las haces chocar entre sí. Cada día se aprenden cosas nuevas.

-¿Ah si? ¿Y a qué suenan?

-Es como si hicieras chocar dos huevos vacíos. Dos huevos huesudos.

-¡Dos huevos huesudos! ¡Jaaa, ja, ja, ja, ja! - su risa le recortaba a una sierra de metal cortando madera, pero de una forma suave, nada intrusiva, nada violenta. Su voz era algo grave, pero conservaba toda su femenidad intacta - ¿Sabes? Odio a los tíos que por ser tíos ya os creéis con el derecho de intervenir en los asuntos privados de una chica. ¿Te molestaban esas dos mierdas? Pues no haber venido al concierto. De hecho, así funcionan las cosas en esa maldita nave – añadió con una media sonrisa.

-¿Funcionan? Aquí cada uno tiene sus propias leyes. Y a mí me ha dado la gana intervenir porque ya me estabais tocando los huevos con tanto griterío. En esta piara, todos somos cerdos. No hay leyes ni mandamientos, solamente excrementos y barro.

La mujer parpadeó un par de veces, su rostro con forma romboidal, algo extraño, encogiéndose desde sus cejas hasta la boca. No sabía decir si aquello era bonito o feo. Realmente, en aquella mujer no existía ni el blanco ni el negro. No se movía por aquellos polarizados lares. Le pidió al camarero, con cierta desafección, un chupito de un licor que él no conocía y luego le devolvió la mirada.

-Es la primera vez en toda la noche que un hombre me mira a los ojos al hablarme, en vez de fijarse en mis tetas. No sé si tomármelo como un halago, o como un insulto.

Hablaba en Naska, con un acento bastante más seco que el de Armaud. Arrastraba las “S” de tal manera que anulaba en gran parte la musicalidad que aquél idioma tenía.

-Igual deberías dejar de fijarte en ti misma y observar lo que está en frente de ti. Porque, digo yo, igual no estás tan buena como te crees – sin que se diera cuenta, Líon había vuelto a sintonizar, en un sentido amplio de la palabra. Sus grandes ojos verdes refulgían de nuevo, eso sí, entre demasiadas cenizas – Yo prefiero las tetas a los escotes. Insinuar no es mi verbo favorito, eso déjaselo a los amantes de misterios y a los poetas. O a los subnormales que confunden la estrella-guía con unos senos.

La mujer volvió a reír sonoramente.

-Pues para no ser poeta te defiendes bastante bien. En situaciones normales ya te habría mandado a la mierda – se quitó un guante y le extendió la mano desnuda, con una sonrisa – Pero, a pesar de ser tan previsible, me has caído bien porque eres sincero y ese aura de “me importa una mierda todo” me gusta, a pesar de ser todo una comedia. Me llamo Myla, encantada, supongo.

-Líon, igualmente – le dio la mano, con más convicción que la que quería demostrar. Se le olvido el “supongo”. ¡Mierda!

Después de aquello, la actitud de Myla cambió ligeramente, pero él lo notó claramente. Sin disimular, acercó la silla a la suya y, cruzando las piernas de forma abiertamente sensual, colocó una mano sobre su mejilla, su codo apoyado en la barra. Su sonrisa era, en aquellos momentos, algo sarcástica pero con una micropizca dulce.

-Me recuerdas a Armaud.

¿Se estaba quedando con él otra vez? ¿Cuál era su límite?

-En el blanco de los ojos, supongo – ahora sí se acordó del “supongo”.

-Pareces sincero, diferente y divertido. Y pasota, por supuesto, te la suda todo lo que no tenga que ver contigo. A mí me recuerdas mucho a él.

-No tengo nada de divertido ni de pasota. Y te aseguro que a Armaud ya le conozco lo suficiente como para saber que no tenemos nada en común – agarró la copa de whiskey y la removió un poco, dándole vueltas, haciendo sonar el hielo en su interior – No sé de qué le conoces, pero somos como el día y la noche. Quizá por eso nos soportamos, o le soporto, mejor dicho.

-¡Oye, que yo también soy muy insoportable! - espetó, enojada, como si la hubiera insultado, esmentándole a sus seres ya fallecidos. Se sentó en la barra, abriendo las piernas alrededor de Líon, sin hacer caso a las quejas del barman. Llevaba unos zapatos de tacón altos, oscuros, y unas medias blancas y negras que le llegaban hasta un poco más abajo de las rodillas. Podía ver sus bragas, perfectamente, pero resistió a la tentación – ¡No me dirás que no soy un poco insoportable!


-Bueno, si abres un poco más las piernas, no me importará que lo seas.

-¡Jaaa, ja, ja, ja, ja!

En aquellos momentos una tímida ovación se extendió entre algunos de los presentes. Unos pocos a viva voz: ¡Armaud! ¡Armaud! Hasta que un silencio incómodo y extraño se expandió por la sala hasta que no se escucharon más que unas solitarias y algo nerviosas risitas.

Ahí estaba él, sin la guitarra, solamente él de pie en el escenario con una mano extendida sobre su entrecejo, como si inspeccionara el horizonte.

-Vaya, no sabía que me habían invitado a un funeral...¡Menuda encerrona!

Los que iban más borrachos empezaron a dar golpes sordos, con los puños, sobre las mesas con alaridos ahogados por risas y palabras segadas por el alcohol.

-¡Oh, anda, nunca me lo hubiera imaginado! ¡Hay vida aquí delante! ¡Vida! - agarró una botella de cerveza que se hallaba posada tras él en el suelo, y le dio un largo trago - ¡Vengo de un planeta desconocido para vosotros, y, creyendo hallar vida inteligente, me he encontrado con un planeta silencioso! ¡Ahora empiezo a escuchar gritos! ¡Vamos progresando!

-¡Empieza a tocar, hijo de puta!

-¡Maricón!

-¡Tócame esto! - uno de aquellos comas etílicos andantes le lanzó una copa vacía que acertó de pleno en la cabeza de Armaud. No pasó ni un segundo antes que desapareciera de la sala, pero la sangre recorriendo el rostro del joven ya era inevitable. Armaud cayó de rodillas y se palpó la cabeza, su rostro cubierto de sangre recorriéndolo sin tregua. Y, aún así, sonrió, reponiéndose. Se puso en pie y gritó.

-¡¿Hay alguien vivo aquí?! ¡¿Hay alguien vivo?!

-¡Siiiiii! - en aquella ocasión, la práctica totalidad de los asistentes reaccionaron a su grito.

-¡Tengo demasiada sangre en los oídos y no os oigo! - se llevó una mano hacia una de sus orejas ensangrentadas - ¡¿Hay alguien vivo aquí?!

-¡¡Siiiiiii!! - todos, absolutamente todos contestaron, incluso Líon, a pesar de saber que aquello era una jodida obra de teatro. Una atmósfera electrizante le rodeada. Myla sonreía, cómplice. Se desangraba por el público.

Se acercó al micrófono y, totalmente solo en el escenario y sin previo aviso, empezó a cantar a capela.

-En un mundo sin nadie
chica, no me hagas un desaire,
que nadie puede vernos.
Somos eternos...
¡Ya Puedes violarme!

Aplausos de aprobación y silbidos a partes iguales. Y, de repente, Myla le lanzó una guitarra acústica desde la barra. ¿Se la había dado el barman? Bueh, seguramente. Teatro del bueno, sin duda. Lo cierto es que aquella guitarra dibujó una parábola perfecta y terminó entre las manos de un sonriente Armaud.
Se sentó en una silla alta que algunos de aquellos humanos mezclados con simios le habían traído.

Rasgando la guitarra, tras él, el batería y el bajo aparecieron tras una explosión de humo que les hacía aparecer como si fueran meros fantasmas tras la presencia, iluminada e incontestable, de Armaud.

Desde el principio se metió el público en el bolsillo: una canción tras otra, letras llenas de referencias sexuales, obscenidad y más obscenidad (llegó a hacerle un calvo al público, algunos de los cuales le lanzaron, con gran peligrosidad, algunos objetos punzantes. Su estilo musical era sencillo, directo, con un regusto renacentista y trovadoresco que se basaba más en hacer reír que en la calidad de las composiciones. A Líon no terminó de gustarle, especialmente, aunque reconocía que le había hecho reír varias veces. Su gran energía y su buen humor se contagiaba, y eso ya era algo a tener un poco en cuenta. Prefería eso a un cantautor tan soporífero que le vinieran ganas de meterle un tiro y luego sacarle sus intestinos y ahorcarse con ellos. Aunque seguramente, en aquél bar, muchos ya se le habrían adelantado.

Una hora y media después, con todo el público ya entregado y totalmente borracho (¿Entregados al alcohol o a la música? ¿A ambas cosas? A veces es difícil discernir fronteras cuando se hallan demasiado borrosas por su estado etílico) vino el momento más esperado de la noche: la nueva canción que estrenaba y que había compuesto el mismo día. Era como un ritual que Armaud repetía en cada uno de sus conciertos. El mismo día componía una canción nueva y luego la tocaba por primera vez delante del público por la noche. ¿Un riesgo? ¿Podía salirle todo fatal i resultar un final de concierto pésimo e inadecuado? Por supuesto, pero es que a él le encantaban los retos, al menos de aquél tipo.

-Esta canción va dedicada a Líon, el cual me contó esta historia que ahora os cantaré. ¡Saluda, Líon!

Le saludó desde el escenario moviendo la mano de izquierda a derecha. ¡Lo tenía claro si creía que se lo iba a devolver, a semejante hijo de perra! ¡Nada de nombres, le había dicho! Esto le pasaba por casi siempre confiar en la gente equivocada. Quizá había acumulado tanto mal karma, que a partir de aquél momento su vida caería por una pendiente insalvable, derecha a un vacío que se precipita hacia un mar de estacas que le iban a dejar el cuerpo como una esponja.

No se iba a quedar ahí, ni de coña. Decidió escabullirse entre aquella marabunta de gente.

Pero el mayor error fue haberse olvidado que, tras él, se hallaba la salvaje pelirroja la cual, entre grandes carcajadas, le rodeó el cuerpo con unas piernas sorprendentemente fuertes y flexibles, inmovilizándole por completo.

-¡Suéltame, zorra!

-¡Aquí está, aquí! ¡Este es Líon! - le señaló con un dedo de forma más que vehemente.

Muchos alzaron sus jarras y sus botellas en su dirección (¡Hooray!), entre grandes risotadas, silbidos y algún que otro “¡Tío bueno!” que por el chillido parecía dispuesta a violarle. Un eléctrico escalofrío recorrió toda su espina dorsal, de arriba a abajo.

*incompleto

Monday, November 26, 2012

Capítulo 5: La trenza.


En la taberna todo eran mujeres muy femeninas, charlando animádamente entre ellas, como loros sin descanso, como si en un momento u otro una ley les fuera a impedir hablar para el resto de sus vidas. Entre las mujeres existen varios grupos de coexistencia: todo mujeres, una mesa repleta de risitas y de recuerdos de romances que todas comparten sin vergüenza, a la vez que alguna que otra anécdota divertida de sus días de colegio se escapa de sus delicadas bocas; mujeres y un solo hombre: aplíquese todo lo anterior añadiendo el adjetivo “gay” al hombre que las acompaña; una ­mesa mitad hombres y mitad mujeres, o lo que es lo mismo, mitad mujeres, mitad pagafantas; y, por último y no por menos importante, la tía solitaria entre un grupo de hombres, esa típica tía que todo le importa una mierda y que sus ovarios pesan más que las palabras que ella pueda pronunciar.

La chica en la qué se había fijado se encuadraba en aquél último grupo: morena, pelo corto, extrovertida y sin pelos en la lengua. Su risa resonaba en todo el local como si aquellas carcajadas fueran la música que daba la bienvenida al más allá de lo físico, a una quimera que se respiraba en aquél otro mundo de cervezas y canciones. La vio abrazarse a una chica muy femenina, y ella sonrojándose...¡Coño, como un príncipe entre sus brazos, con todo el arrojo!

Se acercó a aquella mesa de varones, blandiendo una cerveza y una sonrisa.

-Perdonad...¿Podría sentarme con vosotros? Es mi primera vez aquí y he venido sólo.

Aquello no era del todo verdad, pero sí era la primera vez que se dirigía a alguien de aquella forma tan directa. Estaba hasta las narices de su nuevo trabajo, hasta las narices de traducir todo lo que le venía al rostro, teniendo la misma sensación que un boxeador que evita un golpe certero.

-Me llamo Forali, ¡Encantada! Y estos se llaman...bla bla bla...bla bla bla.

-¡Encantado! Me llamo Líon – Forali y el resto, el resto y Forali.

Hablar en el idioma de Palaus después de 5 días de traducir y traducir en otros idiomas, era una bendición.

-Oye...¿Sabes decir “puta guarra” en Asiran?

Él alzó una ceja.

-¿Por?

-Dime...¿Lo sabes decir?

-Agura mertra – contestó, encogiéndose de hombros.

Entonces la joven menuda de cabellos cortos se dirigió a una chica de otra mesa con las mismas palabras que Líon le acababa de traducir: era una chica Asiran. Le había robado el novio, y ella le había usado como traductor. En fin, si aquello le hacía sentir feliz adelante, pero él, en aquel momento, se sentía como una mierda.

Toques en el hombro, sonidos deshechos, ecos de susurros. Dibujó una parábola con sus brazos, tratando de apartar las manos que le acosaban. No iban a aprovecharse más de él, no, nunca más. Prefería la soledad, mil veces más.

-¡Líon, mikko taru ivvato! Mikko taru ennya akattafa?!

Abrió los ojos, parpadeando repetidamente. Estaba tumbado en una cama bien mullida, lo sentía en su espalda, en la forma suave en qué todo giraba a su alrededor. Su cerebro volvió a procesar aquellas palabras e instantaneamente lo tradujo al Palosen, como si de repente el río hubiera vuelto a su cauce natural.

-¡Líon, ya te has despertado! ¿Ya te sientes mejor? - tradujo él, del Maliana.

Vio a una jovencita de cabellos rubios, a su lado, sus ojos que eran dos océanos, dos ventanas abiertas de par en par a unos mares de un azul casi desconocido. Unas ventanas con cortinas hechas de párpados tan delgados que el estornudo de un mosquito los hubiera arrancado de cuajo. Su corazón dio un salto mortal desde los montes más altos del temblar de sus sentimientos. Aclaró la vista: no, no era la jovencita de cabellos cortos, de energía infinita, capaz de tragarse a un Agujero Negro.

Se enjuagó los ojos. 

Durante unos segundos no supo ni quién era aquella criaja. Luego, su memoria volvió con todo su peso y se instaló por todo su cuerpo, como si un elefante le hubiera trepado por la espalda. Un elefante muy cabrón.

-Mmmh, hola. ¿Qué? ¿Dormiste bien? - le dijo a la chica, incorporándose sobre la silla de agua, enjuagándose los ojos con sus dedos índices. Le había hablado en un excelente Maliana.

-Nyula sé... (Estás llorando...)

-Wo? (Qué?)

Se palmó las mejillas con atención y, efectivamente, unos gruesos lagrimomes caían sin remedio desde sus ojos que, en aquél momento, estaban absolutamente insensibles.

-Mari to kola sé... (Cosas de los sueños...)

-¿Quieres una sorpresita de buena mañana? ¡Enciende la televisión!

Rió, divertida, mientras se sentaba sobre él sin ningún pudor: camiseta manga corta y bragas. El pene de Líon aulló involuntariamente. Sus delgadas y blanquecinas piernas se balanceaban sobre su regazo, sin darle tiempo a improvisar una huída digna de un adulto.

-Si así es cómo despiertas a tus novietes de instituto, a tu padre o a tu hermano, me la repanpinfla. Pero yo no soy ni tu padre ni tu hermano mayor. Anda y quítate de encima - dijo con voz ronca y ya en su idioma materno - Necesito un café bien cargado y no, no miro la televisión. Ni cine. Prefiero vivir a observar, es mucho más emocionante.

-¿Te has puesto a la defensiva porque te he visto llorar? - le preguntó, maliciosa, en un Palouen muy primitivo, arrastrando las palabras.

-Bájate de aquí o te tiro de la nave.

-¡Esa nave no es tuya, es de mi padre!

-No veo a tu padre por ningún lado - como si se tratara de una gata, la agarró por debajo de las axilas, la levantó desde su regazo y, entre tentativas de manotazos y patadas, la depositó en el suelo - Si tu padre tiene que aguantarte cada día, me compadezco de él. Menos mal que seguramente tiene mucho trabajo fuera de casa.

-¡Oye! ¿Quién te crees que soy? ¡Soy la hija de un embajador! Me siento dónde me da la gana.

Líon se encogió de hombros.

-Por mí como si te sientas encima de la boca de un cocodrilo, pero sobre mi polla no vuelvas a hacerlo.

-En fin...¡Enciende la tele!

-¿Qué diablos pasa con la tele?

-¡Desde que me he despertado no paraban de hablar de lo mismo! ¡Ponla, ponla!

Se llevó una mano en la frente. Si tenía que soportar a aquella chica unos días más, pediría que le crionizaran para así despertarse cien años más tarde.

-Está bien, maldita sea - conectó su sinapsis con la artificial de la nave y un olograma azulado con forma cuadrada de 1x1 metros apareció "de la nada" ante ellos, ocupando la parte central de la nave - Noticias de Palaus, cualquier cadena me va bien. Selección aleatoria.

Un gallinero repleto de personas, que habían substituido a las gallinas váyase uno a saber por qué razón. Esto fue lo que Líon vio reflejado en el olograma.

-¡Oh Líon, ahora una tertulia! ¡A ver si vuelven a hablar de nosotros!

-¿De...nosotros?

-Espera y verás.

En aquél momento, aquellas cacatúas insoportables hablaban sobre el romance supuestamente secreto entre un ex-gogó de discoteca y una mujer famosa con mucho dinero. ¡Qué nivelazo! Aquellas palabras, si es que se podían llamar así, rodeaban su aparato auditivo, y después de un tiempo deambulando por los oscuros conductos de sus oídos finalmente salían disparadas hacia afuera, expulsadas por un “me importa una mierda”.

-¿De verdad debemos perder el tiempo viendo esta porquería?

-¡Ahora, ahora!

De repente, el presentador, un hombre ya bien entrado en una penosa cuarentena bañada en un bar de bottox y otras calamidades “estéticas”, decidió que era momento de cambiar de tema con un enervante gritito que hizo que a Líon le entraran ganas de lanzarse al vacío del espacio.

-¡Yyyy ahora, queridos amigos, vamos a hablar de la misteriosa desaparición de la hija del embajador de Maren – de repente, detrás de la mesa de tertulia y en un gran olograma, apareció la inmaculada cara sonriente de la chica, una mirada que era muy distinta de la qué él había visto en ella: solamente transmitía inocencia, alegría y despreocupación. Era como si le hubieran echado una foto justo cuando empezaba a jugar con sus amigas a saltar la comba, o a cualquier otro juego ridículo “para chicas” como entrelazar las manos o tumbarse en una cama de noche, en un campamento, con la amiguita de turno para contarse sus historias para no dormir, sobre rumores, chicos y enamoramientos.

Eso fue lo que más le llamó la atención a Líon, la diferencia que había entre la persona real y la persona que se mostraba en pantalla, o al menos por lo que llevaba conocido de ella.

-¿Secuestro o fuga por amor? - preguntó el presentador, con toda la intencionalidad del Universo.

-Si no conociéramos a Líon Ronell como ya le conocemos por aquí, diría que es un secuestro – dijo una de aquellas gallihumanas, soltando unas risotadas exageradas – Pero el testimonio de la chica aquella de 15 años, y luego todas esas llamadas de jovencitas contando sus “affaires” con él...en fin, todo un casanova para las chicas de su edad.

Risotada general del público junto con un número bastante importante de silbidos y de “buuhs!” varios.

¿Testimonio de una chica de 15 años? ¿Un alud de llamadas de chicas de la misma...edad? ¡No me jodas que las Asari se habían puesto todas de acuerdo en “denunciarle” por no querer de ellas más que una noche de coito! ¡Todas aquellas chicas, además, eran mayores de edad!

El karma de las narices.

-Vaya...estás hecho un ligón, Líon – dijo entre risitas la chica, propinándole un amago de codazo en el estómago – Mucho les debes gustar para qué te guarden tanto rencor...

-¿Pero qué diablos...?

Unas cuantas cacareadas más tarde, en aquel monstruoso olograma apareció una foto de Líon bastante borracho, saliendo de lo qué parecía una exclusiva sala de fiestas, agarrado de la cintura con dos mujeres vestidas de una forma muy ligera y pertenecientes a un honrado y ancestral gremio, el más antiguo de todos, tan antiguo como la humanidad misma. ¡Jamás había ido a aquél tipo de fiestas! ¡Ni por todos los tesoros piratas del mundo hubiera ido! ¡Era un montaje!

-¡La madre que los parió! ¡Han trucado una foto y además están violando mi intimidad a través de ella!

-¡Oh, pero eso es normal! Estos programas son así. No te preocupes, pronto se olvidarán del tema y pasarán a otra cosa...

Líon dio un puñetazo en la mesa de control. Su cuerpo temblaba de los pies a la cabeza, convertido en un recipiente de carne invadido por una rabia incontrolable.

-¡No voy a permitir esto! ¡Lo van a pagar caro esos hijos de puta!

-¿Y qué harás?

Se levantó y le dio una sonora patada al fuselaje de la nave, que solamente le sirvió para que su pie se revolviera de dolor.

-¡Nada! ¡Ya lo sé! ¡No puedo hacer una mierda!

La chica se encogió de hombros. Para ser tan joven, se estaba tomando aquella situación con un sorprendente temple.

-Los famosos e hijos de famosos ya tenemos asumido que algún día saldremos en esos sitios.

-¿No te preocupa lo que tu familia pueda pensar de todo esto, o qué?

-No – se sentó sobre la mesa de mando y cruzó las piernas, alzando la cabeza con orgullo, los ojos cerrados.

-Vaya, entonces te da igual todo. Al cuerno con las consecuencias. Típico de una chica de tu edad, supongo.

La chica abrió los ojos y le propinó una mirada cargada de desprecio que no se dirigía a él, sino a la situación en la qué se hallaban.

-¿Qué consecuencias? No pienso volver ni a mi casa ni a Palaus. Voy a empezar una vida nueva lejos de todo. Estoy harta.

-¿Ah sí? ¿Y con qué medios?

Ella enrojeció ligeramente, pero sin dejar de adoptar aquella pose.

-Lo tengo todo pensado, algo surgirá seguro.

Líon se sentó junto a ella y la miró con tal seriedad e intensidad que a ella casi se le cortó la respiración. Su presencia tenía un magnetismo tan potente que costaba soportarlo. Era la primera vez que ella le veía así. Abrió la boca, pero no le salió sonido alguno.

-He contactado con mis cuentas bancarias en Palaus y me las han bloqueado todas – dijo Líon, con una voz tan oscura que parecía sacada de las profundidades abisales – Tengo un fondo de reserva guardado en un banco virtual, pero es poca cosa. Estoy bien jodido. Lo sabes, ¿Verdad?

-¡Cl...claro que sí! Pero si no...

-Dinero por tu cuenta no tendrás. Quiero decir, todos tus caprichos te los habrá pagado tu padre, digo yo. Vamos, suele ser lo normal en estos casos.

Ella frunció el ceño, sintiendo como una ola de calor se acumulaba, de forma alarmante, en su rostro.

-¡M...me las apañaré sola! ¡Déjame en paz!

Líon esbozó una sonrisa sarcástica y, rebuscando en uno de sus bolsillos, sacó un cigarrillo de Kishka que ya estaba liado y se lo encendió.

-¡No fumes dentro de la nave! ¡Fumar es malo!

-Peor que estar contigo aquí dentro encerrado, no hay nada. Fumar es el menor de mis problemas ahora mismo.

-¡Vete a la mierda! - visiblemente enojada y avergonzada se bajó de la mesa de mandos y se fue andando hacia el centro de la sala, dándole la espalda.

-Mira, te voy a dejar las cosas bien claras – dijo Líon, sin arrugarse ningún segundo (ya estaba más que acostumbrado a las chicas protestonas) – Yo no puedo volver atrás, tú sí. Lo tienes todo allí: familia, amigos, dinero. No eches tu vida a perder por un simple impulso. Estoy en problemas muy serios y no quiero entrometerte en ellos. ¿Entiendes?

Ella no contestó, sin ni siquiera darse la vuelta.

-Acabo de contactar con un amigo...o mejor dicho, un conocido que está metido en unos negocios algo...brumosos, por decir algo. Regenta una nave a unos 2 U.A (dos veces la distancia entre el Sol y la Tierra) de aquí* y ya me ha dado las coordenadas. Conoce mi comprometida situación y está dispuesto a darme cobijo por un tiempo – su discurso parecía el de un político: directo, conciso y cálido – Una vez lleguemos allí, yo me bajaré en la nave y tú volverás a casa, diciendo que yo te secuestré. Y no te preocupes, me importa un rábano lo que piensen de mí. Total, ya no podré volver. Activaré el piloto automático para que la nave te lleve de vuelta al lugar que tú me digas.

Silencio. Más silencio. Se giró y observó los hombros de la chica, temblando y moviéndose de arriba a abajo. Un sollozo apagado, dos sollozos, tres. Vaya...por unos instantes se había olvidado que aquella chica, en verdad, se trataba de una niña. ¿La había tratado con demasiada dureza? ¿Había hablado de una forma demasiado adulta? No, era mejor dejar las cosas claras desde el principio.

Se acercó a ella por detrás y le acarició un hombro de forma paternal. Su sonrisa, ahora, denotaba tristeza y un poquito de arrepentimiento por su falta de tacto y modales.
Justo cuando sus dedos entraron en contacto con el hombro de ella, la chica rompió a llorar de forma sonora, como si de repente un terremoto hubiera destrozado el dique que contenía las aguas de un lago que quería desbordarse hacia otras tierras, de forma natural.

-¡N...ni siquera me has preguntado cómo me llamo! - dijo de forma entrecortada, tratando de abrirse paso entre su propio llanto.

Era una niña. Una niña que empezaba a preguntarse cosas. Una niña perdida que empieza la etapa más dura de cualquier ser humano: la adolescencia. Esa etapa en qué buscamos respuestas y reivindicamos nuestro lugar en el mundo. Y si no podemos reivindicarlo, al menos empezamos a buscar ese lugar, como un arqueólogo en busca de respuestas en templos misteriosos y desconocidos.

-Si no dejas de llorar, te voy a llamar Nyüle (*llorica en Maleni).

-¡Eres un tonto! - se giró hacia él, su cara contraída por el llanto, ojos rojos y unos moquitos colgando de su nariz. Sí, era una niña - ¡Me llamo Kreta! ¡Kreta!

Líon se sacó un pañuelo limpio de uno de los bolsillos interiores de su cazadora y se lo ofreció a la niña.

-Límpiate los mocos, Kreta – le rogó con una dulce sonrisa, pellizcándole una mejilla. Ella se sonó, sin ya fuerzas para hacerse la ofendida ni para rechazarle – Kreta...¿eh? Como la isla de Creta. Bonito nombre.

-¿Q...qué? - preguntó con voz nasal, sin quitarse el pañuelo de la nariz.

-Ven. Vamos a relajarnos un poco.

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Habiendo ya sincronizado la posición de ambas naves, Líon dejó que el navegador se encargara de todo con el piloto inteligente-automático. Luego se dirigió al dormitorio, de la mano de una todavía aturdida Kreta y lo reconvirtió en un mirador acristalado de 180 grados, con vistas a la mitad del cielo nocturno. Ambos se tumbaron en la cama, en silencio, como si hubieran entrado en una especie de trance.

-Oye... - la chica rompió el silencio, hablando en su rústico Palouen – Me gustaría fumarme uno de esos cigarrillos.

-Vaya. ¿No decías que odiabas el humo?

-Sólo lo dije para hacerte enfadar.

Líon, que se hallaba tumbado con ambas manos tras la nuca, dejó escapar un largo y tendido suspiro que parecía dirigido hacia las estrellas, galaxias y nebulosas más que hacia nada que estuviera ocurriendo dentro de sí mismo ni en su alrededor.

-En otras condiciones me hubiera negado, pero ahora mismo me la resbala todo, o casi todo – dijo, sonriendo en la oscuridad y sacándose un cigarrilo de Kishka del bolsillo. Lo encendió con un movimiento mecánico y, poco después, le pasó el “cilindrito de la risa” como le llaman en Palaus, a la joven – Fúmatelo con calma.

-Kuza – agradeció ella.

Al cabo de 5 minutos fumando silenciosamente (es un decir, porque durante las primeras caladas había tosido como una posesa) a Kreta empezaron a entrarle ganas de preguntarse cosas sobre cualquier tema que se le ocurriera. Líon se sintió afortunado que, en vez de eso, no le hubiera dado por reir como una loca, lo cual solía ser la reacción más normal de alguien no acostumbrado a fumar.

-Oye...¿Tu crees en la existencia de vida inteligente aparte de nosotros?

-Llevamos cientos de años preguntándonos lo mismo, pero yo soy de la opinión que, si existe, hay dos opciones: o aún no han podido viajar a través de agujeros de gusano o no tienen interés alguno en visitarnos. Sin embargo, yo soy de la opinión que no existe vida inteligente más allá de los humanos. E inteligente tendría que ponerlo entre comillas.

Kreta se incorporó, apoyando la espalda contra la pared y estirando las piernas, como una gata perezosa.

-Pero al tener naves capaces de viajar a la velocidad de la luz...¿No podría existir la tecnología de congelar o crionizar a los astronautas para que pudieran llegar a estrellas más lejanas?

-Existir podría existir, pero no interesa – dio una larga calada y sonrió de forma algo amarga – A los políticos y empresarios les interesa hacer negocios mientras estén vivos, jamás piensan a largo plazo. Un viaje así se alargaría cientos o miles de años, y cuando llegaran allí, a ese sistema lejano, quizá aquí ya no quedaría nadie. De hecho, al paso que vamos, en breves volveremos a dejar ese planeta como dejamos a Origen, a la Madre: totalmente destrozada y desertizada.

-Y tampoco interesa invertir en la tecnología que permita crear agujeros de gusano.

-Nah, demasiado costoso y arriesgado. Como ya he dicho, los empresarios solo piensan en conseguir ingresos inmediatos y con garantías de éxito.

-Bah...qué asco da todo.

-La humanidad siempre ha dado asco. Es cuestión de acostumbrarse al olor a mierda. Me gusta compararlo con alguien que vive al lado de un procesador de basura: al principio no soporta el olor, le dan arcadas, pero al cabo de tres días ya ni lo huele.

Kreta estalló en carcajadas y a partir de ahí sintió cómo si su estómago tuviera un resorte que evitaba que parara de reír.

-¡Ay, ay! ¡Que me muero! ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

-Eso suele ser la reacción de muchas después de echarles un polvo.

-¡Basta! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Basta!

-¿Ves? Esto también me lo suelen gritar mucho.

La niña le dio una puntada de pie en la pantorrilla y sintió que por momentos le faltaba el aire por culpa de aquél ataque de risa. Unos lagrimones empezaron a escurrirse por sus mejillas, mezclándose con la humedad del llanto que las había regado 20 minutos antes. Entre risitas ya no tan histéricas, adoptó la posición de cuchara contra el compacto y robusto cuerpo del traductor y empezó a acariciarle el pecho. En otras circunstancias Líon se habría apartado, pero en aquellos momentos no tenía ganas de arrasar aquella atmósfera de felicidad que se había instalado en la habitación.

-Líon. ¿Me encuentras atractiva?

-Sí - respondió escuetamente.

-A mí me encantas.

-Lo sé. Gracias.

Kreta volvió a soltar una luminosa risotada.

-¡Pero cómo puedes ser tan soberbio! “Lo sé, gracias” - le imitó, con voz grave – Si yo fuera tu novia te bajaría esos humos bien rápido. Yo también tengo mucho éxito, entre los chicos. Y entre algunas chicas.

-Kreta...¿Por qué quieres huír de tu casa?

El rostro de ella se ensombreció, como si su firmamento interior se hubiera cubierto de nubes que amenazaban tormenta.

-Si me cuentas algunas cosas de tu vida íntima, yo te contaré cosas sobre la mía. Sino, no pienso contarte nada.

-Hoy por mí, mañana por tí. ¿Eh? Bonita filosofía.

Kreta desvió los ojos y su mirada se quedó fija en el vacío.

-Cuando era muy pequeña mis padres se divorciaron, y desde entonces, he estado viviendo con mi padre – Kreta apartó la mano del pecho de Líon, y se volvió a tumbar boca arriba, su mirada fija en las estrellas – Llevo 8 años sin apenas verle. Siempre está de viaje y yo me quedo en casa con mi hermana mayor, que se pasa el día saliendo con novios varios. Por eso cada vez que puedo, y eso ocurre pocas veces, acompaño a mi padre en sus viajes a Palaus. En definitiva, casi siempre he estado sola. Me hago la comida, la cena, el desayuno, la colada, voy al colegio, ; todo lo hago sola.

-El dinero no lo es todo. ¿Verdad?

-Mi padre es un buen hombre, nunca me ha tratado mal ni me ha negado nada. Pero estoy cansada de estar siempre sola, esto es todo. ¿Crees que es agoísta por mi parte?

Líon suspiró, profundamente, como queriendo llenar la habitación con su propio aliento.

-A mi edad ya no necesito compañía estable, pero estar solo es muy duro, y a tu edad es mucho peor. La frontera entre el egoísmo y la necesidad es muy fina, y a veces ni se distingue.

Kreta se puso de lado, mirando directamente el rostro pétreo de Líon, con una mano posada en su mejilla.

-¿No te gusta la compañía?

-Si no me gustara no sería traductor. ¿No crees? - sonrió, devolviéndole una cálida sonrisa.

-Pero prefieres estar solo.

-No es que lo prefiera, es que lo necesito. Viene a ser como la necesidad de respirar, beber o comer. Cuando uno se siente a gusto en su propia soledad, se da cuenta que puede ser uno mismo. No hacen falta máscaras ni promesas vacías. Una vez te sientes en paz contigo mismo, eres capaz de ser más abierto con los demás. No sé si me explico...es complicado.

Kreta le dio otra calada a la Kishka y soltó el humo por la nariz, sin dejar de observarle, fascinada.

-Vamos, que no quieres comprometerte con nadie.

-Exacto.

-Eso es un poco egoísta.

-Lo sé – se encogió de hombros, abriendo su sonrisa y, de repente, pareció que una idea se había cruzado en su camino. Los ojos le brillaron como relámpagos – Oye, ¿Quieres que te haga una trenza? Me encanta tu pelo.

-¿E...eh? - aquello la pilló por sorpresa.

Líon sonrió, divertido.

-No pienses cosas raras. Simplemente  me encantan los cabellos de mujer. A mi madre y a mis primas les hacía siempre las trenzas. Y a todas las demás que se dejan, también.

-Estás como una cabra – dijo, algo sonrojada, desviando su mirada hacia un lado. El poder de la presencia de Líon, en aquellos momentos, era casi insoportable – Yo...no estoy acostumbrada a esas cosas.

-A eso no, pero sí que sabes restregar pollas con el pie o con el culo, entre otras cosas – la miró con el ceño fruncido, simulando estar enfadado.

-¡No! ¡Eso es distinto! - hizo un puchero con los labios - ¡Pero qué malo eres!

Él siempre había pensado que hacerle unas trenzas a una chica le ayudaba a conciliar tres sentimientos que, en su interior, se encontraban más arraigados que un bosque repleto de raíces que contaban sus años por milenios. Entraba en un nirvana que cantaba, con profundos y dulces tantras, una oda hacia su gran pasión: las mujeres.
Líon se había colocado tras la chica y, con gran concentración y dedicación, había empezado a trenzar sus largos y dorados cabellos como si se tratara de una obra de arte. Kreta empezó a soltar cortos y casi imperceptibles gemidos.

-¿A tu padre le gusta la historia Antigua de Origen?

-Ti...tiene muchos libros de esto – masculló, arrastando las palabras – Pero a mí no me interesan, prefería leer otras cosas. M...me encanta...tus manos son...aah.

-Creta fue una de las primeras grandes civilizaciones que existieron – seguía tejiendo aquellos sedosos cabellos mientras hablaba – Una pequeña isla con palacios repletos de colores: pinturas de delfines, bailarines y damas engalanadas. Un pueblo sin murallas, pues no las necesitaban. Un crisol de culturas se arremolinaba en sus calles que besaban un mar que tuvo muchos nombres. Aquella cultura desapareció de la noche a la mañana, sin que aún hoy se conozcan los motivos.

-Qué final tan triste...

-Su final fue repentino y en certa medida injusto. Pero sus ecos aún se escuchan a través del espacio y del tiempo. ¡A través de tantos años luz!

Unas risitas, hombros moviéndose.

-¡Qué filosófico estás! ¿Tanto te inspiran mis cabellos?

-Por supuesto. Pero más que inspirarme, me concentran, me transportan a otros tiempos y a otros lugares – seguía tejiendo y tejiendo - ¿Sabes? Tu padre te quiere mucho. Estoy convencido.

-¿Por qué lo dices? - su cuerpo pareció paralizarse, como si hubiera pactado una tregua con el tiempo. Su voz, sombría.

-Si te odiara, te hubiera puesto Roma o Gran Bretaña.

-¿Cómo?

-Nada, estoy pensando en voz alta.

Dos minutos más y terminó de tejer aquella larga trenza. Kreta, observándose en el espejo, se puso a acariciársela con esa felicidad e ilusión incondicional de los niños.

-¡Es una maravilla! - se puso a bailar y a moverse en círculos para hacer que la trenza se moviera libremente alrededor de su cuerpo.

-¡La octava maravilla del mundo!

-¡Siiii! ¡Gracias, cielo!

-No, gracias a tí por salvarme.

Como si se tratara de una mujer con poderes sobrehumanos, Kreta cubrió una distancia de tres metros con un solo salto dirigido hacia el cuerpo del traductor. Se colgó sobre su cuello, entre felices risas. Él también sonrió, abrazándola con fuerza para que no cayera. Y, de repente, unos cómplices y aliados labios atrayéndose, sin que ninguno de los dos fuera consciente de tal acción.
El solo roce de unos labios, una caricia, una erección. Un solo instante es capaz de quemar, hasta las mismas cenizas, millones de reglas, leyes y mandamientos.
Instintos primigenios, primordiales, prehistóricos y salvajes. Nada ni nadie puede detener su paso. Ni siquiera Gengis Khan fue tan eficiente ni tan brutal a la hora de arrasar y saquearlo todo hasta que no quedaba ni un triste cimiento, ni siquiera el eco de un recuerdo.

Así era cómo Líon veía la pasión, el sexo y la atracción. Y de esta forma tan repentina y tan irremediable había llegado aquel largo y tendido beso entre él y Kreta.

-”Iniciando aproximación hacia el destino”.

Y el beso se detuvo, sus labios se separaron, la gélida nieve volvió a cubrir su alma.

Líon no se detuvo ni por remordimientos ni porque, repentinamente, como por arte de magia, se hubiera convertido en un Cristo resucitado, en un santo varón, en un asceta fanático que solamente usa la picha para mear. No, en la vida real las cosas no funcionan así. Solamente los enfermos mentales y los drogadictos cambian de personalidad de la noche a la mañana. Simplemente fue capaz de discernir entre lo evitable y lo inevitable. Y él sabía que lo inevitable era que aquella niña tenía que volver a su casa fuera como fuese. ¿Razonable? No, llamémosle realismo con una buena porción de escapismo.

De hecho, en el fondo, ya lo tenía planeado. Sí, estaba escrito.

-Me marcho, Kreta. Es posible que jamás volvamos a vernos. Debes marcharte con tu familia, con tus amigos. Por favor, sé feliz.

-¿E...eh? - le miró sorprendida. No hacía ni cinco segundos aún se estaban besando y sus mejillas aparecían ardiendo, resplandecientes, como dos nebulosas de color sangre.

-Ya me has oído. Odio las despedidas. Adiós.

Con largas zancadas el corpulento traductor salió de la habitación dirigiéndose hacia la sala de mandos. Dió orden a la nave para que preparara una cápsula de emergencia que él usaría para entrar en la nave de su amigo, un enorme carguero con forma piramidal de un color gris oscuro y monótono, que ya solamente se hallaba a 500 kilómetros de distancia. Mientras programaba el piloto automático que llevaría a Kreta de vuelva a casa, la niña se interpuso entre los mandos y él, hecha una furia.

-¡¿Por qué me haces esto?! ¡¿Qué cojones te he hecho yo?! - estaba al borde de las lágrimas, gritando sin ninguna contemplación - ¡Me voy contigo! ¡No pienso volver!

-Si no te quitas de en medio, voy a tener que hacer algo que no me gusta. No me lo pongas más difícil – por primera vez en su vida, se vio incapaz de mirar directamente a los ojos a una persona. Sentía como su estómago se encogía y como le venían unas ganas de vomitar muy alarmantes. Aquello era también la primera vez que le sucedía – No puedo realizar esta operación con mi sinapsis. Necesito los mandos. Apártate.

-¡Yo creía que eras distinto! - cataratas de lágrimas, unas lágrimas que llevaban el brillo de una inocencia traicionada, apuñalada - ¡Me usas, te aprovechas de mí y luego me dejas tirada! ¡Te odio! ¡Te odio!

Algo dentro del alma de Líon se quebró en trillones de pedazos que se introdujeron en sus venas, llenando todos sus órganos internos y, como si una irracional fuerza de la naturaleza se hubiera apoderado de él, con la mano extenida le propinó un rápido y seco golpe en la nuca a la chica, dejándola inconsciente al instante.

-Lo siento – murmuró entre dientes, mientras se la llevaba en brazos a la habitación.