Friday, February 1, 2013

Capítulo 7: Cerdísimo


La ética y la moral, como ocurre con todas las cosas, tienen muchas caras distintas. Las dos más conocidas quizá son las más radicalmente opuestas: la luz y el día, el ying y el yang. Las leyes las escriben unos pocos, la ética y la moral son dos formas excelentes para mantener una población mansa, bajo control. Sin embargo, el hombre en ausencia de esas escrituras, de esas concepciones, ya de por sí malvado e hijo de puta por naturaleza, se vuelve monstruoso, en un ser sin piedad. La necesidad de supervivencia y el ansia de poder, así se resume la ética y la moral, si queremos simplificar.

Y Líon, en aquellos momentos, no tenía ni necesidad de supervivencia, ni ansia de poder. Un hombre que lo ha perdido todo, esas concepciones se las pasa por el forro. Las leyes, las creencias y la moralidad no le dan de comer, no le llenan el corazón ni el alma, no le dan un futuro. Tampoco tiene nada que proteger, ni puede construir su vida alrededor de nada. Cierto, Líon tenía un trabajo y mucho mejor pagado que todo lo que había hecho antes, pero...¿Y el precio que había pagado a cambio? ¿Qué había sido de su dignidad, de su mundo, de sus seres queridos?

Aquella nave era su gran prisión, salvación sí, pero prisión al fin y al cabo. Una prisión repleta de lujos y de grandes manjares. Se sentía como un príncipe al qué han confinado en un majestuoso y exuberante castillo para siempre.

Por eso cuando Armaud le presentó a aquél magnate gordo, con más parecido a un cerdo que al cerdo en sí, y éste le ofreció trabajar con una vieja conocida en Skiorda (un país del lejano norte) aceptó sin casi pensárselo. Y aquella vieja conocida era Yu Zhan.

-Aquí estamos todos en el mismo barco. Somos forajidos, apestados, no nos quiere nadie. ¡Todo son celos! Apestamos a dinero, eso es todo. No soportan que seamos capaces de hacernos ricos fuera de su podrido sistema.

Líon y Budán (el magnate acerdado) se hallaban en unos inmensos baños termales rodeados por jardines y pájaros exóticos. Una suave música de arpa acompaña el ambiente de relajación que se respiraba, ambos postrados y desnudos, en la orilla de uno de los baños, el agua casi hirviendo bañando sus cuerpos. La barriga de Budán sobresalía del agua como un inmenso y monstruoso animal que aparece de repente en un lago encantado. Aquel planeta de carne fofa tenía vida propia: cada vez que reía, toda aquella masa de grasa bailaba y vibraba cubierta de sudor.

A Líon casi le entraron arcadas. ¿Por que todos los magnates y grandes comerciantes, tarde o temprano, se convierten en marranos? ¿Demasiada comida, poco ejercicio quizá? Él entendía que una persona así pudiera estar obesa, pero que se convirtieran en cerdos pocilgueros ya era otra cosa. Quizá era el precio que tenían que pagar por tener demasiado dinero. Debía existir una bruja que los convertía en cerdos, en una maldición, como en un cuento de hadas.

Lo único que pedía era no convertirse en algo así, jamás. Y si aquello alguna vez pasara, prefería que lo llevaran al matadero e hicieran embutidos y jamones con él, que pasearse con aquellas pintas delante de todo el mundo.

-En esta operación ganamos todos, señor Líon, todos – mientras hablaba, el señor Cerdo pidió una copa de vino tinto a un criado – Yo soy un hombre de negocios, usted un gran traductor, Armaud un músico excelente y Gandam siente deseos de extender sus tentáculos por el Planeta. Ya se está cansando de confiar todo su trillonario negocio en esta hedionda nave. Ya sabe que es muy arriesgado jugárselo todo a una carta. Los tentáculos están para eso, para extenderse y recoger frutos de por todo. Porque si te cortan uno de ellos, y solamente tienes uno...¿Qué haces?

-Todo esto es muy encomiable, señor Cerd... -carraspeó – señor Budán. Ahora me gustaría conocer los detalles.

-¡Así me gusta! Es usted un hombre de acción, ¿Eh?

Líon se encogió de hombros y se encendío un cigarrillo de Kishka que un criado le proporcionó.

-Yu Zhan lleva un tiempo considerable trabajando para nosotros. Le seré claro. Hasta hace poco tiempo, teníamos el monopolio de venta de sinapsis especializadas en todo Palaus. Y se preguntará...¿Por qué no teníamos competencia?

Aquí es conveniente explicar, de forma breve y concisa, qué son las sinapsis especializadas. Normalmente, cualquier persona con una pequeña suma de dinero, puede hacer que se le injerte una sinapsis artificial en su cerebro, que le permite usar la telepatía con otra gente, usarlo de forma lúdica (juegos online, por ejemplo), realizar algunos negocios y poco más. Luego están las sinapsis especializadas, como la que tenía Líon, que permiten conectarse con infinidad de máquinas de tecnología punta. Por ejemplo, pueden conectarse con la sinapsis de una nave para manejarla, guardar documentos secretos encriptados, conectarse con casas enteras, manipular el cerebro de según qué personas y...usarlas para el arte de la guerra. Y el negocio de la guerra, queridos lectores, es el que más dinero mueve, el más provechoso. Y, además, es una apuesta segura: siempre ha habido, hay y habrá guerra.

-El gobierno se llevaba un buen pico, a cambio de no meter las narices en sus asuntos.

-¡Muy bien! Muy agudo, señor Líon. Usted encajará bien en este negocio.

-No hace falta ser un genio para llegar a esa conclusión. Por favor, continúe.

Budán, que había posado su copa de vino sobre su barriga a modo de mesa, la agarró con sus manos como salsichas, y bebió un buen sorbo.

-Aaagg...¡Pero qué se han creído esos malditos lacayos! ¿Se creen acaso que no sé distinguir entre un Maragnon gran reserva, y un Pirugnon aromatizado? ¡Ellos saben perfectamente que el Pirugnon me da ardor de estómago! ¡Había pedido un Maragnon gran reserva, desgraciados! - gritó, con aquella desagradable y porcina voz. Un criado se presentó ahí como una centella, y se disculpó entre grandes aspavientos. Budán le lanzó la copa de vino a la cabeza que el criado esquivó gracias a unos buenos reflejos – Luego hablaré con tu superior, rata de mierda. Bien...¿Por dónde íbamos?

Líon hizo un gran esfuerzo para no sucumbir al deseo de meterle un puñetazo en aquella jeta abombada, de grasa colgante. Pero los negocios eran los negocios.

-Le pedí que, por favor, continuara señor Budán.

-¡Oh, cierto! - se acarició la papada – Como le decía, antaño teníamos la exclusiva de todas las sinapsis especializadas en Palaus. Los kórmicos llevábamos mucho tiempo metidos en esto, con el beneplácito del gobierno (Líon, desde que habían empezado a hablar, ya sabía que Budán era de Korma...aquél fuerte acento era inconfundible). El problema ha llegado con la irrupción de comerciantes asiran en Palaus y Maren, antaño enemistados, como usted ya sabrá. Esto les ha obligado a pactar un acuerdo comercial con unos aranceles que, para nosotros, son insultantes. Medidas proteccionistas, y con eso creen que van a blindar el comercio para sus propias ganancias...¡Imbéciles! Y luego están las malditas filtraciones...

Suspiró, durante una pausa dramática.

-Sorpréndame – espetó Líon, con su mirada clavada al techo, dándole una larga calada al cigarrillo.

-Se ha filtrado que varios comerciantes nuestros, que estaban bajo nuestra protección, se han saltado el pacto comercial con Palaus a la torera, y han llegado a acuerdos comerciales con mercaderes Asiran – se dio una fuerte palmada a su propia barriga - ¡Malditos irresponsables! Aún estamos buscando a quién se le fue de la lengua. O se trata de un topo, o de un idiota. No descartamos nada. El caso es qué ahora ambos gobiernos, el de Palaus y Maren, han decidido llevar el negocio de sinapsis conjuntamente. Y están presionando a la Comunidad Internacional para que cese “la mafia de Sinapsis” porque, según ellos, es peligrosa para la población mundial. ¡Malditos hipócritas!

-Resumiendo. Que os habéis tenido que ir por patas de Palaus y ahora queréis estableceros en otros lugares sin leyes tan restrictivas para el comercio.

-O en un país lo suficientemente desesperado como para querer obtener sinapsis especializadas a casi cualquier precio.

-Un país en estado de guerra, y fuera de la Comunidad Internacional.

-Exactamente – sonrió, satisfecho – Yu Zhan acaba de establecerse en Skiorda, sin hacer ruido. Estas cosas hay que hacerlas poco a poco, sin estridencias. Y se vé que en usted confía bastante. Y ni qué decir tiene que confío en sus palabras: sus éxitos en los negocios la preceden. ¡Tiene un olfato para esto inaudito, impresionante!

-Venga, señor Budán, que yo no me chupo el dedo – le miró, componiendo una sonrisa sarcástica – Me tenéis cogido de los huevos porque yo ya me vi con Yu Zhan dos meses atrás, y allí ya me ofreció un trabajo. Y de eso ya estaréis bien enterados, al igual que el tema de mi huida de Palaus y de toda esa puta historia con la hija del embajador que ha salido en todas las noticias.

-¡Oh, no, se equivoca, señor Líon, en algunas cosas que usted acaba de decir! - su tono de voz sonaba sorprendido y algo indignado - ¡Por supuesto que nos hemos informado sobre usted, y también sabíamos que usted conoce a nuestra amazona del comercio! Pero de ahí a decir que le tenemos cogido de los huevos... - dio un sorbo a su copa de Maragnon – Puede decidir quedarse en este vertedero, si lo prefiere. Aquí tiene un trabajo muy bien pagado. Como ya le dije, aquí todos somos forajidos, apestados, no nos quiere nadie.

-Y mi única opción para salir de aquí, es hacer negocios con vosotros.

-¡Exactamente!

Líon se sentó en el borde del baño, enroscándose la toalla alrededor de su cintura, y observó al Cerdo desde arriba, con rostro pétreo, inescrutable.

-A eso me refería con qué me tenéis cogido de los huevos. Armaud ya os habrá contado mis desvelos, mis problemas y mis desilusiones, y sabréis mejor que yo que mi único deseo es salir de esa puta prisión de metal. Me da igual con quién, y cómo y con qué negocio turbio, corrupto y salpicado por mafias, guerras y sobornos. Todo esto ya es para mí lo de menos.

-¿Es esto un sí, entonces? - Budán se sentó junto a él, posando su inabarcable y apestoso culo sobre las baldosas y extendió la mano hacia el traductor, con una sonrisa.

-Le echaré un vistazo al contrato, pero vaya, no tengo otras opciones. Así que, realmente, perderé la poca dignidad que tengo y le voy a dar la mano. Consíderelo como un acuerdo informal, señor Budán – le apretó la mano, agarrándosela con tal fuerza que el Cerdo hizo una leve mueca de dolor - ¡Uy! ¡Lo siento! Soy incapaz de controlar mi fuerza.

-Jeje... - se limpió el sudor con una toalla- Ya lo veo, ya.

Capítulo 6: Una nave llamada Vicio


La pequeña cápsula con forma de bala rojiza aterrizó en el atestado puerto de la gigantesca nave de una forma que era de todo menos épica y elegante. Dentro de la cápsula se encontraba un viejo amigo de fiestas, borracheras y desfases, pero la excitación que Gandam sentía hervir en su interior no provenía de aquellos aventureros y borrosos recuerdos, de truhanes invasores de camas ajenas, no. Sino de la suerte que había tenido al caerle del cielo (metafóricamente, puesto que allá en el espacio todo es cielo) un traductor de renombre incontestable. Y en sus negocios su profesión era casi una bendición...¡Siempre que no pidieran demasiado dinero a cambio!

Pero el Líon que vio al abrirse la compuerta de la cápsula no le recordó en nada al sinvergüenza caradura que conocía. Allí vio a un hombretón encogido, llorando a moco tendido como un niño perdido y abandonado que ni siquiera se cubría la cara con las manos para que no le vieran en aquel estado.

-¡Essaaaaa! - gritó Gandam, con alegría, alzando los brazos hacia el techo - ¿Me echabas tanto de menos que te has puerto a llorar al verme, Essa?

-Deja de mirarme con esa risita de gilipollas, puto negro. Necesito un trago.

Jamás le habían pagado tan bien en toda su vida pero, a cambio, tenía que lidiar con la peor calaña de la Galaxia y, seguramente, de todo el Universo (hasta el infinito y más allá, amigos). Cualquier negocio turbio que os podáis imaginar se realizaba en aquella isla de la Tortuga flotante: peleas a muerte; apuestas y juegos que terminaban en batallas campales; prostitutas mayores y menores; drogas prohibidas que hacían enloquecer hasta a la Razón misma; reclutado de mercenarios con caras como mapas; orgías con entrada previa; zoofilia y mil filias más; conciertos dónde todo estaba prohibido menos echar la pota encima del camarero. Y políticos. Muchos políticos.
¿Olvidarse de Kreta? Él os hubiera asegurado, sin pestañear, que sí, que lo había logrado. Pero si os hubierais introducido en sus sueños, habríais visto unos parajes bien distintos.

El subconsciente jamás olvida.

-Líon...¡Líon! ¿Qué? ¿Otra vez de viaje?

Armaud, el único amigo que había hecho durante el mes que llevaba trabajando en aquella casa de putas y perversión, le miraba con sus rasgados y negros ojos, su cara aniñada que formaba una sonrisa traviesa en sus labios y, sobre su regazo, una guitarra acústica.

-¿Sabes, Líon? Creo que necesitas echar un buen polvo. Así de claro te lo digo, colega.

Líon agarró la botella de ron que se hallaba sobre la mesa, entre los dos, y le dio un buen trago.

-Dedícate a componer tus chorradas y payasadas, y déjame en paz.

Armaud se echó a reír.

-¡Aah! ¡Qué malo eres conmigo, Líon! Encima que te invito...

-Nadie te obligó a hacerlo – le contestó impertérrito, encogiéndose de hombros.

Como si no le hubiera escuchado, el músico se puso a tocar la guitarra, rasgándola suavemente, los ojos cerrados. Estaba en pleno proceso de composición.

Armaud, el músico, con aquella figura femenina, sus largas pestañas que cubrían sus ojos rasgados, torneadas piernas cruzadas. Cabello largo de color rojizo sucio. Yo de vosotros no me dejaría engañar por su apariencia calmada, noble e íntegra.

Desertor, traidor, egoísta y cobarde. Ese era el resumen que Líon hacía de las mil y una historias que Armaud llevaba a cuestas. Provenía de una familia rica de comerciantes, del sur del miserable país de Pandeo que cada dos por tres era asolado por guerras intestinas que llevaban a cabo los militares de turno que se turnaban, jugando a la gallinita ciega con el poder: ojos tapados, y un fusil en el hombro. ¡Y a disparar! Entonces llegó el famoso alzamiento popular en los qué la chusma fue en busca de los ricos y los poderosos para rebanarles el cuello, apoyados por milicias que habían desertado del ejército.

Armaud imploró e imploró para que no lo mataran, a pesar que acababa de delatar a sus padres y a su hermana (que odiaba profundamente) para así conservar su cuello. ¡Se esconden ahí! ¡Ahí! ¡Ellos son los culpables! Se las ingenió para hacerles creer que él era un revolucionario, y que su familia le había obligado a permanecer en la mansión bajo amenazas de muerte. Se lo creyeron todo, de pe a pa: los músicos tienen, normalmente, un don para la interpretación teatral. Y encima tuvo la santa suerte que el jefe de los revolucionarios se había enamorado de él, y pronto, gracias a esta droga que causa ceguera y atontamiento llamado “amor incondicional”, consideró a Armaud como su protegido, a cambio de ardientes noches con él.

Le gustaban las mujeres y los hombres; y seguramente a algún animal también se habría tirado. No le daba ascos a casi nada.

La famosa Noche de las Lágrimas de Pandeo llegó, en la cuál el ejército del antiguo régimen decidió exterminar a todos los habitantes del país que tuvieran alguna relación con los revolucionarios. Justo cuando el jefe de las milicias, su amante, decidió que era hora de rendirse para así evitar más matanzas indiscriminadas en los pueblos, él se hizo pasar por un comerciante que los revolucionarios habían secuestrado durante la Revuelta. La traición trastocó tan profundamente al jefe, que este se quitó la vida delante de los militares que estaban a punto de detenerle y llevarle a juicio, en el cuál, seguramente, le hubieran condenado a muerte.

-”No sentí ningún remordimiento. Mi vida es mucha más valiosa que la de esta gentuza que hacen creer al resto que tienen todas las respuestas a preguntas que ni siquiera entienden” - le había dicho un día, con una sonrisa de oreja a oreja. No había visto en su rostro ni el mínimo amago de vergüenza ni de arrepentimiento.

Con lo qué no contaba Armaud era con qué el jefe, su amante, tenía guardados decenas de video-ologramas de ellos dos teniendo sexo salvaje en su sinapsis que los militares inspeccionaron con detenimiento después de su muerte. Y recuerdos, muchos recuerdos que él había guardado con celo. Armaud jamás se habría imaginado que la tecnología actual fuera capaz de registrar sinapsis de un cerebro muerto. Y aquello le envió, directamente, a prisión, a la espera de un juicio.

Cómo fue capaz de huír y de llegar a aquella nave de perversión que se hallaba a 3 U.A del planeta, era un misterio. No se lo había contado, quizá queriendo conservar un cierto halo de misterio como suele ser costumbre entre los artistas.

Al acabar de contarle aquella historia, a Líon le habían entrado ganas de abofetearle hasta dejarlo convertido en una pulpa irreconocible. Pero desistió: se encontraba demasiado solo, y, lo que es más importante, se la sudaba todo y todos. Le gustaba la música que componía, su compañía era divertida y le sacaba un poco de su ensimismamiento. Y encima hablaba en uno de sus idiomas favoritos: el Naska, el idioma hablado por los habitantes del sur de Pandeo y también por una gran parte de la gente que habitaba la frontera con Malen. Había tanta música en aquél idioma que sus hablantes siempre parecía que se tomaban las cosas con humor y con alegría. Te podían mentar a tu puta madre y parecer que estaban describiendo el olor de un bebé recién bañado.

Empezó a tocar una canción con tintes muy renacentistas, mientras le miraba con ojos encendidos que reían solos sin que unos labios fueran necesarios. Sus dedos se movían a través del traste de la guitarra como si tuvieran vida propia.


-Líon, abre tu corazón, cuéntame algo que te atormente, y yo sacaré de ahí una canción que te hará reír.

Líon dio otro trago al ron, sus ojos perdidos.

-Una oda a la traición y a la cobardía te vendrían como anillo al dedo.

-¿Qué tiene de malo amar tu propia vida? Deberías agradecerme que sea tan sincero. Eso significa que te aprecio – dijo todo aquello de corrido, sin dejar de tocar.

-Ya he visto qué aprecio les tienes a tus amigos.

-Si las circunstancias me hacen elegir entre mi vida y la de otros, elegiré siempre mi vida. Eso no significa que no tenga sentimientos – empezó a entonar y cantar las propias palabras que pronunciaba – Todos somos actores en este gran teatro que es la vida, pero nadie es consciente de ello. Pero yo, yo lo soy. Y actúo como tal.

-Déjate de milongas y canta un rato. Para eso estoy aquí, sino ya te habría mandado a tomar por culo, o te habría asesinado. O ambas cosas a la vez.

-Antes cuéntame alguna historia, una historia tuya. Esa es mi condición. Yo ya he sido muy sincero contigo, querido. Y he conseguido que me odies, lo cual es el primer paso para amar a alguien.

Líon se llevó una mano a la frente y se restregó los ojos. ¿Qué estaba haciendo con su vida, para que de pronto le entraran ganas de contarle todo lo que había sucedido últimamente en su vida con pelos y señales a alguien famoso por ser cualquier cosa menos un buen amigo? Y eso fue lo que hizo, contarle todo lo qué le había sucedido con Kreta, tratando de ser lo más frío y pragmático posible. En aquella nave, realmente, no había nada qué temer. De hecho, tampoco le importaba contárselo a cualquiera. Le daba igual.

-...en fin. Una niña con principeazulismo, que creyó que yo la tenía que salvar de su torre de marfil guardada por su gran malvado padre – mintió como un bellaco. Aunque bueno, lo de principeazulismo tenía algo de cierto.

Armaud cerró los ojos y sonrió con bastante malicia.

-Oooh...ahí viene... mmmh... - sus labios se movían con gran velocidad, como si estuviera rezando – Ya tengo unas cuantas rimas excelentes. Pero haremos una cosa, mi precioso Líon – dejó, por fin, de tocar (¿Lo decidió él, o sus dedos?) y, apartando a un lado la guitarra acústica, se acercó a Líon hasta casi rozar sus labios, con una sonrisa entre enigmática y erótica – Vendrás esta noche a mi concierto y ahí escucharás mi nueva canción.

Líon vació el poco ron que quedaba dentro de la botella.

-Vendré, no tengo nada mejor que hacer de todas formas.

-En el fondo estás deseándolo.

Líon se levantó, tambaleándose un poco y apoyando una mano sobre la mesa. Ya iba bastante borracho, pero no lo suficiente. Carraspeó, tratando de aparentar indiferencia.

-Dentro de una hora estaré por aquí, en la barra, fingiendo que te escucho. Y me marcharé pronto que mañana tengo un día bastante ajetreado. Eso sí, ni se te ocurra pronunciar mi nombre en ningún momento.

¿Marcharse tan pronto? No era verdad. Al día siguiente solamente tenía que ir a hacer de intérprete entre obsesos sexuales que querían compartir experiencias...y por la tarde.


Hombres con caras de asesinos en serie alrededor de una mesa, jugando a las cartas y apostando cantidades insultantes de dinero. Una puñalada en una mano. “¡Tramposo!”. Gritos, alaridos, un tumulto. Dos muertos. Unos guardas que parecían salidos de un laboratorio de experimentos genéticos entre gorilas y humanos, se llevaron a los alborotadores y el resto siguió jugando. En otra mesa, una niña que no debía superar los 12 años se balanceaba sobre las torcidas piernas de un viejales de 70 años. Se daban un beso de tornillo, mientras la cría le robaba la cartera sin que él lo advirtiera. Otra mesa. Cinco adolescentes esnifaban una sustancia azulada: uno de ellos había enloquecido y creía haberse convertido en un perro. Ladraba y ladraba, a cuatro patas. Risas generalizadas. Más trabajo para los guardas.

Finalmente se cansó de analizar todos aquellos despojos que se hacían llamar humanos, y se centró en el copazo de whisky doble que se había pedido. Uisce significaba “agua” en irlandés, una de tantas lenguas desaparecidas de Origen. ¿Que cómo sabía esas cosas? Simplemente, le gustaban los idiomas. Mucho. Y la historia. Le dio un buen trago a la copa, trago que finalmente fue interrumpido por una discusión que se llevaba a cabo a un metro escaso de dónde se hallaba sentado, en la barra. Se giró, molesto, dispuesto a espantar a la chusma que le impedía disfrutar de aquellos momentos de paz, de sosiego.

Una mujer rodeada por dos hombres que, al no poder negociar un acercamiento pacífico hacia ella, trataban de invadirla por las armas. Eso fue lo primero que vio, y no estaba muy desencaminado. Era una mujer joven pelirroja, de pelo corto en punta, delgada y de pechos generosos. De hecho, parecía muy generosa. Generosa en escote, generosa en minifalda, generosa en perfume. De hecho, era la típica mujer que se la pondría dura hasta al rey de los castratti. Y a su alrededor dos jóvenes musculosos a los qué parecía que alguien les había inflado los pechos con una bomba de aire. No me refiero a las tetas, sino a pechos. Al pecho masculino.

-No te vamos a dejar sola.

-¡Eh! ¡Vamos! ¡Te invito a una copa!

-¡Puta, deja de ignorarme!

-¡Toca, toca! ¡Músculo natural, de verdad!

-Si te vienes conmigo, te voy a follar brutal, brutal.

-¡Pues yo la tengo como un caballo!

Joder, mira que había formas de ligar con una mujer, pero es que aquella falta de imaginación y de creatividad le ponía enfermo. Lo único que agradecía de aquellos dos memos, es que al menos fueran sinceros. Si algo odiaba más que a dos subnormales descerebrados como aquellos, era a los pagafantas que dicen “Si, bwana!” a todo lo que la chica les pide. Los perritos falderos que no catarán un coño en su puta vida, vaya. Eso sí, oler sí que olerán.

Aún así, no le dejaban beber en paz.

-¡Hey! - se giró hacia ellos, con una penetrante mirada – Dejadla en paz de una puta vez e iros a trepar unos cuantos árboles. Odio que me molesten mientras bebo.

Justo cuando aquellos dos niñatos musculados estaban a punto de contestarle con sus típicos aullidos simiescos, la mujer intervino, clavando sus ojos violeta sobre los suyos.

-Ocúpate de tu copa, borracho. Guárdate tu mierda caballeresca para un salón de te.

Líon alzó una ceja desconcertado. Ahora que recordaba...él jamás se había metido en líos, había siempre sido gentil con todo el mundo. ¿Desde cuándo se había convertido en un adalid de causas perdidas y de damas en peligro que luego resultaban ser unas zorronas sin remedio? En fin, prefirió no darle más vueltas al asunto.

-¡Venga, vente, lo pasaremos bien! - uno de aquellos sub-humanos la agarró de la cintura, mientras el otro, que no quería quedarse atrás, le sobó el culo sin ningún miramiento.

Craso error.

La mujer, sin previo aviso, alzó sus manos enguantadas (llevaba guantes negros con ribete de seda) agarró los cabellos de ambos y, como si se tratara de dos piedras cualquiera, hizo chocar sus dos cabezas con tal fuerza que Líon creyó escuchar algo rompiéndose ahí dónde deberían hallarse unos cerebros seguramente inexistentes. Ambos cayeron como dos sacos vacíos al suelo, inconscientes. Los guardas se dedicaron a sacar los cuerpos fuera de la sala de concierto, como si se tratara de dos bolsas de basura. O algo peor.

Líon, por primera vez en un mes, se sorprendió y sintió el desconcierto iluminar su columna vertebral con un leve temblor.

-¿Qué miras?

Se dio cuenta que la miraba, embobado, con cara de gilipollas supremo.

-Nada, olvídalo. Simplemente me ha fascinado como has hecho chocar esas crismas – se recompuso lo mejor que pudo y sacó una fuerza dialéctica que llevaba en letargo desde hacía mucho tiempo – Me ha sorprendido el ruido que pueden llegar a producir dos cabezas vacías cuando las haces chocar entre sí. Cada día se aprenden cosas nuevas.

-¿Ah si? ¿Y a qué suenan?

-Es como si hicieras chocar dos huevos vacíos. Dos huevos huesudos.

-¡Dos huevos huesudos! ¡Jaaa, ja, ja, ja, ja! - su risa le recortaba a una sierra de metal cortando madera, pero de una forma suave, nada intrusiva, nada violenta. Su voz era algo grave, pero conservaba toda su femenidad intacta - ¿Sabes? Odio a los tíos que por ser tíos ya os creéis con el derecho de intervenir en los asuntos privados de una chica. ¿Te molestaban esas dos mierdas? Pues no haber venido al concierto. De hecho, así funcionan las cosas en esa maldita nave – añadió con una media sonrisa.

-¿Funcionan? Aquí cada uno tiene sus propias leyes. Y a mí me ha dado la gana intervenir porque ya me estabais tocando los huevos con tanto griterío. En esta piara, todos somos cerdos. No hay leyes ni mandamientos, solamente excrementos y barro.

La mujer parpadeó un par de veces, su rostro con forma romboidal, algo extraño, encogiéndose desde sus cejas hasta la boca. No sabía decir si aquello era bonito o feo. Realmente, en aquella mujer no existía ni el blanco ni el negro. No se movía por aquellos polarizados lares. Le pidió al camarero, con cierta desafección, un chupito de un licor que él no conocía y luego le devolvió la mirada.

-Es la primera vez en toda la noche que un hombre me mira a los ojos al hablarme, en vez de fijarse en mis tetas. No sé si tomármelo como un halago, o como un insulto.

Hablaba en Naska, con un acento bastante más seco que el de Armaud. Arrastraba las “S” de tal manera que anulaba en gran parte la musicalidad que aquél idioma tenía.

-Igual deberías dejar de fijarte en ti misma y observar lo que está en frente de ti. Porque, digo yo, igual no estás tan buena como te crees – sin que se diera cuenta, Líon había vuelto a sintonizar, en un sentido amplio de la palabra. Sus grandes ojos verdes refulgían de nuevo, eso sí, entre demasiadas cenizas – Yo prefiero las tetas a los escotes. Insinuar no es mi verbo favorito, eso déjaselo a los amantes de misterios y a los poetas. O a los subnormales que confunden la estrella-guía con unos senos.

La mujer volvió a reír sonoramente.

-Pues para no ser poeta te defiendes bastante bien. En situaciones normales ya te habría mandado a la mierda – se quitó un guante y le extendió la mano desnuda, con una sonrisa – Pero, a pesar de ser tan previsible, me has caído bien porque eres sincero y ese aura de “me importa una mierda todo” me gusta, a pesar de ser todo una comedia. Me llamo Myla, encantada, supongo.

-Líon, igualmente – le dio la mano, con más convicción que la que quería demostrar. Se le olvido el “supongo”. ¡Mierda!

Después de aquello, la actitud de Myla cambió ligeramente, pero él lo notó claramente. Sin disimular, acercó la silla a la suya y, cruzando las piernas de forma abiertamente sensual, colocó una mano sobre su mejilla, su codo apoyado en la barra. Su sonrisa era, en aquellos momentos, algo sarcástica pero con una micropizca dulce.

-Me recuerdas a Armaud.

¿Se estaba quedando con él otra vez? ¿Cuál era su límite?

-En el blanco de los ojos, supongo – ahora sí se acordó del “supongo”.

-Pareces sincero, diferente y divertido. Y pasota, por supuesto, te la suda todo lo que no tenga que ver contigo. A mí me recuerdas mucho a él.

-No tengo nada de divertido ni de pasota. Y te aseguro que a Armaud ya le conozco lo suficiente como para saber que no tenemos nada en común – agarró la copa de whiskey y la removió un poco, dándole vueltas, haciendo sonar el hielo en su interior – No sé de qué le conoces, pero somos como el día y la noche. Quizá por eso nos soportamos, o le soporto, mejor dicho.

-¡Oye, que yo también soy muy insoportable! - espetó, enojada, como si la hubiera insultado, esmentándole a sus seres ya fallecidos. Se sentó en la barra, abriendo las piernas alrededor de Líon, sin hacer caso a las quejas del barman. Llevaba unos zapatos de tacón altos, oscuros, y unas medias blancas y negras que le llegaban hasta un poco más abajo de las rodillas. Podía ver sus bragas, perfectamente, pero resistió a la tentación – ¡No me dirás que no soy un poco insoportable!


-Bueno, si abres un poco más las piernas, no me importará que lo seas.

-¡Jaaa, ja, ja, ja, ja!

En aquellos momentos una tímida ovación se extendió entre algunos de los presentes. Unos pocos a viva voz: ¡Armaud! ¡Armaud! Hasta que un silencio incómodo y extraño se expandió por la sala hasta que no se escucharon más que unas solitarias y algo nerviosas risitas.

Ahí estaba él, sin la guitarra, solamente él de pie en el escenario con una mano extendida sobre su entrecejo, como si inspeccionara el horizonte.

-Vaya, no sabía que me habían invitado a un funeral...¡Menuda encerrona!

Los que iban más borrachos empezaron a dar golpes sordos, con los puños, sobre las mesas con alaridos ahogados por risas y palabras segadas por el alcohol.

-¡Oh, anda, nunca me lo hubiera imaginado! ¡Hay vida aquí delante! ¡Vida! - agarró una botella de cerveza que se hallaba posada tras él en el suelo, y le dio un largo trago - ¡Vengo de un planeta desconocido para vosotros, y, creyendo hallar vida inteligente, me he encontrado con un planeta silencioso! ¡Ahora empiezo a escuchar gritos! ¡Vamos progresando!

-¡Empieza a tocar, hijo de puta!

-¡Maricón!

-¡Tócame esto! - uno de aquellos comas etílicos andantes le lanzó una copa vacía que acertó de pleno en la cabeza de Armaud. No pasó ni un segundo antes que desapareciera de la sala, pero la sangre recorriendo el rostro del joven ya era inevitable. Armaud cayó de rodillas y se palpó la cabeza, su rostro cubierto de sangre recorriéndolo sin tregua. Y, aún así, sonrió, reponiéndose. Se puso en pie y gritó.

-¡¿Hay alguien vivo aquí?! ¡¿Hay alguien vivo?!

-¡Siiiiii! - en aquella ocasión, la práctica totalidad de los asistentes reaccionaron a su grito.

-¡Tengo demasiada sangre en los oídos y no os oigo! - se llevó una mano hacia una de sus orejas ensangrentadas - ¡¿Hay alguien vivo aquí?!

-¡¡Siiiiiii!! - todos, absolutamente todos contestaron, incluso Líon, a pesar de saber que aquello era una jodida obra de teatro. Una atmósfera electrizante le rodeada. Myla sonreía, cómplice. Se desangraba por el público.

Se acercó al micrófono y, totalmente solo en el escenario y sin previo aviso, empezó a cantar a capela.

-En un mundo sin nadie
chica, no me hagas un desaire,
que nadie puede vernos.
Somos eternos...
¡Ya Puedes violarme!

Aplausos de aprobación y silbidos a partes iguales. Y, de repente, Myla le lanzó una guitarra acústica desde la barra. ¿Se la había dado el barman? Bueh, seguramente. Teatro del bueno, sin duda. Lo cierto es que aquella guitarra dibujó una parábola perfecta y terminó entre las manos de un sonriente Armaud.
Se sentó en una silla alta que algunos de aquellos humanos mezclados con simios le habían traído.

Rasgando la guitarra, tras él, el batería y el bajo aparecieron tras una explosión de humo que les hacía aparecer como si fueran meros fantasmas tras la presencia, iluminada e incontestable, de Armaud.

Desde el principio se metió el público en el bolsillo: una canción tras otra, letras llenas de referencias sexuales, obscenidad y más obscenidad (llegó a hacerle un calvo al público, algunos de los cuales le lanzaron, con gran peligrosidad, algunos objetos punzantes. Su estilo musical era sencillo, directo, con un regusto renacentista y trovadoresco que se basaba más en hacer reír que en la calidad de las composiciones. A Líon no terminó de gustarle, especialmente, aunque reconocía que le había hecho reír varias veces. Su gran energía y su buen humor se contagiaba, y eso ya era algo a tener un poco en cuenta. Prefería eso a un cantautor tan soporífero que le vinieran ganas de meterle un tiro y luego sacarle sus intestinos y ahorcarse con ellos. Aunque seguramente, en aquél bar, muchos ya se le habrían adelantado.

Una hora y media después, con todo el público ya entregado y totalmente borracho (¿Entregados al alcohol o a la música? ¿A ambas cosas? A veces es difícil discernir fronteras cuando se hallan demasiado borrosas por su estado etílico) vino el momento más esperado de la noche: la nueva canción que estrenaba y que había compuesto el mismo día. Era como un ritual que Armaud repetía en cada uno de sus conciertos. El mismo día componía una canción nueva y luego la tocaba por primera vez delante del público por la noche. ¿Un riesgo? ¿Podía salirle todo fatal i resultar un final de concierto pésimo e inadecuado? Por supuesto, pero es que a él le encantaban los retos, al menos de aquél tipo.

-Esta canción va dedicada a Líon, el cual me contó esta historia que ahora os cantaré. ¡Saluda, Líon!

Le saludó desde el escenario moviendo la mano de izquierda a derecha. ¡Lo tenía claro si creía que se lo iba a devolver, a semejante hijo de perra! ¡Nada de nombres, le había dicho! Esto le pasaba por casi siempre confiar en la gente equivocada. Quizá había acumulado tanto mal karma, que a partir de aquél momento su vida caería por una pendiente insalvable, derecha a un vacío que se precipita hacia un mar de estacas que le iban a dejar el cuerpo como una esponja.

No se iba a quedar ahí, ni de coña. Decidió escabullirse entre aquella marabunta de gente.

Pero el mayor error fue haberse olvidado que, tras él, se hallaba la salvaje pelirroja la cual, entre grandes carcajadas, le rodeó el cuerpo con unas piernas sorprendentemente fuertes y flexibles, inmovilizándole por completo.

-¡Suéltame, zorra!

-¡Aquí está, aquí! ¡Este es Líon! - le señaló con un dedo de forma más que vehemente.

Muchos alzaron sus jarras y sus botellas en su dirección (¡Hooray!), entre grandes risotadas, silbidos y algún que otro “¡Tío bueno!” que por el chillido parecía dispuesta a violarle. Un eléctrico escalofrío recorrió toda su espina dorsal, de arriba a abajo.

*incompleto