La pequeña cápsula con
forma de bala rojiza aterrizó en el atestado puerto de la gigantesca
nave de una forma que era de todo menos épica y elegante. Dentro de
la cápsula se encontraba un viejo amigo de fiestas, borracheras y
desfases, pero la excitación que Gandam sentía hervir en su
interior no provenía de aquellos aventureros y borrosos recuerdos,
de truhanes invasores de camas ajenas, no. Sino de la suerte que
había tenido al caerle del cielo (metafóricamente, puesto que allá
en el espacio todo es cielo) un traductor de renombre incontestable.
Y en sus negocios su profesión era casi una bendición...¡Siempre
que no pidieran demasiado dinero a cambio!
Pero el Líon que vio al
abrirse la compuerta de la cápsula no le recordó en nada al
sinvergüenza caradura que conocía. Allí vio a un hombretón
encogido, llorando a moco tendido como un niño perdido y abandonado
que ni siquiera se cubría la cara con las manos para que no le
vieran en aquel estado.
-¡Essaaaaa! - gritó
Gandam, con alegría, alzando los brazos hacia el techo - ¿Me
echabas tanto de menos que te has puerto a llorar al verme, Essa?
-Deja de mirarme con esa
risita de gilipollas, puto negro. Necesito un trago.
Jamás le habían pagado
tan bien en toda su vida pero, a cambio, tenía que lidiar con la
peor calaña de la Galaxia y, seguramente, de todo el Universo (hasta
el infinito y más allá, amigos). Cualquier negocio turbio que os
podáis imaginar se realizaba en aquella isla de la Tortuga flotante:
peleas a muerte; apuestas y juegos que terminaban en batallas
campales; prostitutas mayores y menores; drogas prohibidas que hacían
enloquecer hasta a la Razón misma; reclutado de mercenarios con
caras como mapas; orgías con entrada previa; zoofilia y mil filias
más; conciertos dónde todo estaba prohibido menos echar la pota
encima del camarero. Y políticos. Muchos políticos.
¿Olvidarse de Kreta? Él
os hubiera asegurado, sin pestañear, que sí, que lo había logrado.
Pero si os hubierais introducido en sus sueños, habríais visto unos
parajes bien distintos.
El subconsciente jamás
olvida.
-Líon...¡Líon! ¿Qué?
¿Otra vez de viaje?
Armaud,
el único amigo que había hecho durante el mes que llevaba
trabajando en aquella casa de putas y perversión, le miraba con sus
rasgados y negros ojos, su cara aniñada que formaba una sonrisa
traviesa en sus labios y, sobre su regazo, una guitarra acústica.
-¿Sabes, Líon? Creo que
necesitas echar un buen polvo. Así de claro te lo digo, colega.
Líon agarró la botella
de ron que se hallaba sobre la mesa, entre los dos, y le dio un buen
trago.
-Dedícate a componer tus
chorradas y payasadas, y déjame en paz.
Armaud
se echó a reír.
-¡Aah! ¡Qué malo eres
conmigo, Líon! Encima que te invito...
-Nadie te obligó a
hacerlo – le contestó impertérrito, encogiéndose de hombros.
Como si no le hubiera
escuchado, el músico se puso a tocar la guitarra, rasgándola
suavemente, los ojos cerrados. Estaba en pleno proceso de
composición.
Armaud, el músico, con aquella figura femenina, sus largas pestañas que cubrían sus ojos rasgados, torneadas piernas cruzadas. Cabello largo de color rojizo sucio. Yo de vosotros no me dejaría engañar por su apariencia calmada, noble e íntegra.
Armaud, el músico, con aquella figura femenina, sus largas pestañas que cubrían sus ojos rasgados, torneadas piernas cruzadas. Cabello largo de color rojizo sucio. Yo de vosotros no me dejaría engañar por su apariencia calmada, noble e íntegra.
Desertor,
traidor, egoísta y cobarde. Ese era el resumen
que Líon hacía de las mil y una historias que Armaud llevaba a
cuestas. Provenía de una familia rica de comerciantes, del sur del
miserable país de Pandeo que cada dos por tres era asolado por
guerras intestinas que llevaban a cabo los militares de turno que se
turnaban, jugando a la gallinita ciega con el poder: ojos tapados, y
un fusil en el hombro. ¡Y a disparar! Entonces llegó el famoso
alzamiento popular en los qué la chusma fue en busca de los ricos y
los poderosos para rebanarles el cuello, apoyados por milicias que
habían desertado del ejército.
Armaud
imploró e imploró para que no lo mataran, a pesar que acababa de
delatar a sus padres y a su hermana (que odiaba profundamente) para
así conservar su cuello. ¡Se esconden ahí! ¡Ahí! ¡Ellos son los
culpables! Se las ingenió para hacerles creer que él era un
revolucionario, y que su familia le había obligado a permanecer en
la mansión bajo amenazas de muerte. Se lo creyeron todo, de pe a pa:
los músicos tienen, normalmente, un don para la interpretación
teatral. Y encima tuvo la santa suerte que el jefe de los
revolucionarios se había enamorado de él, y pronto, gracias a esta
droga que causa ceguera y atontamiento llamado “amor
incondicional”, consideró a Armaud como su protegido, a cambio de
ardientes noches con él.
Le
gustaban las mujeres y los hombres; y seguramente a algún animal
también se habría tirado. No le daba ascos a casi nada.
La
famosa Noche de las Lágrimas de Pandeo llegó, en la cuál el
ejército del antiguo régimen decidió exterminar a todos los
habitantes del país que tuvieran alguna relación con los
revolucionarios. Justo cuando el jefe de las milicias, su amante,
decidió que era hora de rendirse para así evitar más matanzas
indiscriminadas en los pueblos, él se hizo pasar por un comerciante
que los revolucionarios habían secuestrado durante la Revuelta. La
traición trastocó tan profundamente al jefe, que este se quitó la
vida delante de los militares que estaban a punto de detenerle y
llevarle a juicio, en el cuál, seguramente, le hubieran condenado a
muerte.
-”No
sentí ningún remordimiento. Mi vida es mucha más valiosa que la de
esta gentuza que hacen creer al resto que tienen todas las respuestas
a preguntas que ni siquiera entienden” - le había dicho un día,
con una sonrisa de oreja a oreja. No había visto en su rostro ni el
mínimo amago de vergüenza ni de arrepentimiento.
Con
lo qué no contaba Armaud era con qué el jefe, su amante, tenía
guardados decenas de video-ologramas de ellos dos teniendo sexo
salvaje en su sinapsis que los militares inspeccionaron con
detenimiento después de su muerte. Y recuerdos, muchos recuerdos que
él había guardado con celo. Armaud jamás se habría imaginado que
la tecnología actual fuera capaz de registrar sinapsis de un cerebro
muerto. Y aquello le envió, directamente, a prisión, a la espera de
un juicio.
Cómo
fue capaz de huír y de llegar a aquella nave de perversión que se
hallaba a 3 U.A del planeta, era un misterio. No se lo había
contado, quizá queriendo conservar un cierto halo de misterio como
suele ser costumbre entre los artistas.
Al
acabar de contarle aquella historia, a Líon le habían entrado ganas
de abofetearle hasta dejarlo convertido en una pulpa irreconocible.
Pero desistió: se encontraba demasiado solo, y, lo que es más
importante, se la sudaba todo y todos. Le gustaba la música que
componía, su compañía era divertida y le sacaba un poco de su
ensimismamiento. Y encima hablaba en uno de sus idiomas favoritos: el
Naska, el idioma hablado por los habitantes del sur de Pandeo y
también por una gran parte de la gente que habitaba la frontera con
Malen. Había tanta música en aquél idioma que sus hablantes
siempre parecía que se tomaban las cosas con humor y con alegría.
Te podían mentar a tu puta madre y parecer que estaban describiendo
el olor de un bebé recién bañado.
Empezó
a tocar una canción con tintes muy renacentistas, mientras le miraba
con ojos encendidos que reían solos sin que unos labios fueran
necesarios. Sus dedos se movían a través del traste de la guitarra
como si tuvieran vida propia.
-Líon,
abre tu corazón, cuéntame algo que te atormente, y yo sacaré de
ahí una canción que te hará reír.
Líon
dio otro trago al ron, sus ojos perdidos.
-Una
oda a la traición y a la cobardía te vendrían como anillo al dedo.
-¿Qué
tiene de malo amar tu propia vida? Deberías agradecerme que sea tan
sincero. Eso significa que te aprecio – dijo todo aquello de
corrido, sin dejar de tocar.
-Ya
he visto qué aprecio les tienes a tus amigos.
-Si
las circunstancias me hacen elegir entre mi vida y la de otros,
elegiré siempre mi vida. Eso no significa que no tenga sentimientos
– empezó a entonar y cantar las propias palabras que pronunciaba –
Todos somos actores en este gran teatro que es la vida, pero nadie es
consciente de ello. Pero yo, yo lo soy. Y actúo como tal.
-Déjate
de milongas y canta un rato. Para eso estoy aquí, sino ya te habría
mandado a tomar por culo, o te habría asesinado. O ambas cosas a la
vez.
-Antes
cuéntame alguna historia, una historia tuya. Esa es mi condición.
Yo ya he sido muy sincero contigo, querido. Y he conseguido que me
odies, lo cual es el primer paso para amar a alguien.
Líon
se llevó una mano a la frente y se restregó los ojos. ¿Qué estaba
haciendo con su vida, para que de pronto le entraran ganas de
contarle todo lo que había sucedido últimamente en su vida con
pelos y señales a alguien famoso por ser cualquier cosa menos un
buen amigo? Y eso fue lo que hizo, contarle todo lo qué le había
sucedido con Kreta, tratando de ser lo más frío y pragmático
posible. En aquella nave, realmente, no había nada qué temer. De
hecho, tampoco le importaba contárselo a cualquiera. Le daba igual.
-...en
fin. Una niña con principeazulismo, que creyó que yo la tenía que
salvar de su torre de marfil guardada por su gran malvado padre –
mintió como un bellaco. Aunque bueno, lo de principeazulismo tenía
algo de cierto.
Armaud
cerró los ojos y sonrió con bastante malicia.
-Oooh...ahí
viene... mmmh... - sus labios se movían con gran velocidad, como si
estuviera rezando – Ya tengo unas cuantas rimas excelentes. Pero
haremos una cosa, mi precioso Líon – dejó, por fin, de tocar (¿Lo
decidió él, o sus dedos?) y, apartando a un lado la guitarra
acústica, se acercó a Líon hasta casi rozar sus labios, con una
sonrisa entre enigmática y erótica – Vendrás esta noche a mi
concierto y ahí escucharás mi nueva canción.
Líon
vació el poco ron que quedaba dentro de la botella.
-Vendré,
no tengo nada mejor que hacer de todas formas.
-En
el fondo estás deseándolo.
Líon
se levantó, tambaleándose un poco y apoyando una mano sobre la
mesa. Ya iba bastante borracho, pero no lo suficiente. Carraspeó,
tratando de aparentar indiferencia.
-Dentro
de una hora estaré por aquí, en la barra, fingiendo que te escucho.
Y me marcharé pronto que mañana tengo un día bastante ajetreado.
Eso sí, ni se te ocurra pronunciar mi nombre en ningún momento.
¿Marcharse
tan pronto? No era verdad. Al día siguiente solamente tenía que ir
a hacer de intérprete entre obsesos sexuales que querían compartir
experiencias...y por la tarde.
Hombres
con caras de asesinos en serie alrededor de una mesa, jugando a las
cartas y apostando cantidades insultantes de dinero. Una puñalada en
una mano. “¡Tramposo!”. Gritos, alaridos, un tumulto. Dos
muertos. Unos guardas que parecían salidos de un laboratorio de
experimentos genéticos entre gorilas y humanos, se llevaron a los
alborotadores y el resto siguió jugando. En otra mesa, una niña que
no debía superar los 12 años se balanceaba sobre las torcidas
piernas de un viejales de 70 años. Se daban un beso de tornillo,
mientras la cría le robaba la cartera sin que él lo advirtiera.
Otra mesa. Cinco adolescentes esnifaban una sustancia azulada: uno de
ellos había enloquecido y creía haberse convertido en un perro.
Ladraba y ladraba, a cuatro patas. Risas generalizadas. Más trabajo
para los guardas.
Finalmente
se cansó de analizar todos aquellos despojos que se hacían llamar
humanos, y se centró en el copazo de whisky doble que se había
pedido. Uisce significaba “agua” en irlandés, una de tantas
lenguas desaparecidas de Origen. ¿Que cómo sabía esas cosas?
Simplemente, le gustaban los idiomas. Mucho. Y la historia. Le dio un
buen trago a la copa, trago que finalmente fue interrumpido por una
discusión que se llevaba a cabo a un metro escaso de dónde se
hallaba sentado, en la barra. Se giró, molesto, dispuesto a espantar
a la chusma que le impedía disfrutar de aquellos momentos de paz, de
sosiego.
Una
mujer rodeada por dos hombres que, al no poder negociar un
acercamiento pacífico hacia ella, trataban de invadirla por las
armas. Eso fue lo primero que vio, y no estaba muy desencaminado. Era
una mujer joven pelirroja, de pelo corto en punta, delgada y de
pechos generosos. De hecho, parecía muy generosa. Generosa en
escote, generosa en minifalda, generosa en perfume. De hecho, era la
típica mujer que se la pondría dura hasta al rey de los castratti.
Y a su alrededor dos jóvenes musculosos a los qué parecía que
alguien les había inflado los pechos con una bomba de aire. No me
refiero a las tetas, sino a pechos. Al pecho masculino.
-No
te vamos a dejar sola.
-¡Eh!
¡Vamos! ¡Te invito a una copa!
-¡Puta,
deja de ignorarme!
-¡Toca,
toca! ¡Músculo natural, de verdad!
-Si
te vienes conmigo, te voy a follar brutal, brutal.
-¡Pues
yo la tengo como un caballo!
Joder,
mira que había formas de ligar con una mujer, pero es que aquella
falta de imaginación y de creatividad le ponía enfermo. Lo único
que agradecía de aquellos dos memos, es que al menos fueran
sinceros. Si algo odiaba más que a dos subnormales descerebrados
como aquellos, era a los pagafantas que dicen “Si, bwana!” a todo
lo que la chica les pide. Los perritos falderos que no catarán un
coño en su puta vida, vaya. Eso sí, oler sí que olerán.
Aún
así, no le dejaban beber en paz.
-¡Hey!
- se giró hacia ellos, con una penetrante mirada – Dejadla en paz
de una puta vez e iros a trepar unos cuantos árboles. Odio que me
molesten mientras bebo.
Justo
cuando aquellos dos niñatos musculados estaban a punto de
contestarle con sus típicos aullidos simiescos, la mujer intervino,
clavando sus ojos violeta sobre los suyos.
-Ocúpate
de tu copa, borracho. Guárdate tu mierda caballeresca para un salón
de te.
Líon
alzó una ceja desconcertado. Ahora que recordaba...él jamás se
había metido en líos, había siempre sido gentil con todo el mundo.
¿Desde cuándo se había convertido en un adalid de causas perdidas
y de damas en peligro que luego resultaban ser unas zorronas sin
remedio? En fin, prefirió no darle más vueltas al asunto.
-¡Venga,
vente, lo pasaremos bien! - uno de aquellos sub-humanos la agarró de
la cintura, mientras el otro, que no quería quedarse atrás, le sobó
el culo sin ningún miramiento.
Craso
error.
La
mujer, sin previo aviso, alzó sus manos enguantadas (llevaba guantes
negros con ribete de seda) agarró los cabellos de ambos y, como si
se tratara de dos piedras cualquiera, hizo chocar sus dos cabezas con
tal fuerza que Líon creyó escuchar algo rompiéndose ahí dónde
deberían hallarse unos cerebros seguramente inexistentes. Ambos
cayeron como dos sacos vacíos al suelo, inconscientes. Los guardas
se dedicaron a sacar los cuerpos fuera de la sala de concierto, como
si se tratara de dos bolsas de basura. O algo peor.
Líon,
por primera vez en un mes, se sorprendió y sintió el desconcierto
iluminar su columna vertebral con un leve temblor.
-¿Qué
miras?
Se
dio cuenta que la miraba, embobado, con cara de gilipollas supremo.
-Nada,
olvídalo. Simplemente me ha fascinado como has hecho chocar esas
crismas – se recompuso lo mejor que pudo y sacó una fuerza
dialéctica que llevaba en letargo desde hacía mucho tiempo – Me
ha sorprendido el ruido que pueden llegar a producir dos cabezas
vacías cuando las haces chocar entre sí. Cada día se aprenden
cosas nuevas.
-¿Ah
si? ¿Y a qué suenan?
-Es
como si hicieras chocar dos huevos vacíos. Dos huevos huesudos.
-¡Dos
huevos huesudos! ¡Jaaa, ja, ja, ja, ja! - su risa le recortaba a una
sierra de metal cortando madera, pero de una forma suave, nada
intrusiva, nada violenta. Su voz era algo grave, pero conservaba toda
su femenidad intacta - ¿Sabes? Odio a los tíos que por ser tíos ya
os creéis con el derecho de intervenir en los asuntos privados de
una chica. ¿Te molestaban esas dos mierdas? Pues no haber venido al
concierto. De hecho, así funcionan las cosas en esa maldita nave –
añadió con una media sonrisa.
-¿Funcionan?
Aquí cada uno tiene sus propias leyes. Y a mí me ha dado la gana
intervenir porque ya me estabais tocando los huevos con tanto
griterío. En esta piara, todos somos cerdos. No hay leyes ni
mandamientos, solamente excrementos y barro.
La
mujer parpadeó un par de veces, su rostro con forma romboidal, algo
extraño, encogiéndose desde sus cejas hasta la boca. No sabía
decir si aquello era bonito o feo. Realmente, en aquella mujer no
existía ni el blanco ni el negro. No se movía por aquellos
polarizados lares. Le pidió al camarero, con cierta desafección, un
chupito de un licor que él no conocía y luego le devolvió la
mirada.
-Es
la primera vez en toda la noche que un hombre me mira a los ojos al
hablarme, en vez de fijarse en mis tetas. No sé si tomármelo como
un halago, o como un insulto.
Hablaba
en Naska, con un acento bastante más seco que el de Armaud.
Arrastraba las “S” de tal manera que anulaba en gran parte la
musicalidad que aquél idioma tenía.
-Igual
deberías dejar de fijarte en ti misma y observar lo que está en
frente de ti. Porque, digo yo, igual no estás tan buena como te
crees – sin que se diera cuenta, Líon había vuelto a sintonizar,
en un sentido amplio de la palabra. Sus grandes ojos verdes refulgían
de nuevo, eso sí, entre demasiadas cenizas – Yo prefiero las tetas
a los escotes. Insinuar no es mi verbo favorito, eso déjaselo a los
amantes de misterios y a los poetas. O a los subnormales que
confunden la estrella-guía con unos senos.
La
mujer volvió a reír sonoramente.
-Pues
para no ser poeta te defiendes bastante bien. En situaciones normales
ya te habría mandado a la mierda – se quitó un guante y le
extendió la mano desnuda, con una sonrisa – Pero, a pesar de ser
tan previsible, me has caído bien porque eres sincero y ese aura de
“me importa una mierda todo” me gusta, a pesar de ser todo una
comedia. Me llamo Myla, encantada, supongo.
-Líon,
igualmente – le dio la mano, con más convicción que la que quería
demostrar. Se le olvido el “supongo”. ¡Mierda!
Después
de aquello, la actitud de Myla cambió ligeramente, pero él lo notó
claramente. Sin disimular, acercó la silla a la suya y, cruzando las
piernas de forma abiertamente sensual, colocó una mano sobre su
mejilla, su codo apoyado en la barra. Su sonrisa era, en aquellos
momentos, algo sarcástica pero con una micropizca dulce.
-Me
recuerdas a Armaud.
¿Se
estaba quedando con él otra vez? ¿Cuál era su límite?
-En
el blanco de los ojos, supongo – ahora sí se acordó del
“supongo”.
-Pareces
sincero, diferente y divertido. Y pasota, por supuesto, te la suda
todo lo que no tenga que ver contigo. A mí me recuerdas mucho a él.
-No
tengo nada de divertido ni de pasota. Y te aseguro que a Armaud ya le
conozco lo suficiente como para saber que no tenemos nada en común –
agarró la copa de whiskey y la removió un poco, dándole vueltas,
haciendo sonar el hielo en su interior – No sé de qué le conoces,
pero somos como el día y la noche. Quizá por eso nos soportamos, o
le soporto, mejor dicho.
-¡Oye,
que yo también soy muy insoportable! - espetó, enojada, como si la
hubiera insultado, esmentándole a sus seres ya fallecidos. Se sentó
en la barra, abriendo las piernas alrededor de Líon, sin hacer caso
a las quejas del barman. Llevaba unos zapatos de tacón altos,
oscuros, y unas medias blancas y negras que le llegaban hasta un poco
más abajo de las rodillas. Podía ver sus bragas, perfectamente,
pero resistió a la tentación – ¡No me dirás que no soy un poco
insoportable!
-Bueno,
si abres un poco más las piernas, no me importará que lo seas.
-¡Jaaa,
ja, ja, ja, ja!
En aquellos momentos una tímida
ovación se extendió entre algunos de los presentes. Unos pocos a
viva voz: ¡Armaud! ¡Armaud! Hasta que un silencio incómodo y
extraño se expandió por la sala hasta que no se escucharon más que
unas solitarias y algo nerviosas risitas.
Ahí estaba él, sin la guitarra,
solamente él de pie en el escenario con una mano extendida sobre su
entrecejo, como si inspeccionara el horizonte.
-Vaya, no sabía que me habían
invitado a un funeral...¡Menuda encerrona!
Los que iban más borrachos empezaron a
dar golpes sordos, con los puños, sobre las mesas con alaridos
ahogados por risas y palabras segadas por el alcohol.
-¡Oh, anda, nunca me lo hubiera
imaginado! ¡Hay vida aquí delante! ¡Vida! - agarró una botella de
cerveza que se hallaba posada tras él en el suelo, y le dio un largo
trago - ¡Vengo de un planeta desconocido para vosotros, y, creyendo
hallar vida inteligente, me he encontrado con un planeta silencioso!
¡Ahora empiezo a escuchar gritos! ¡Vamos progresando!
-¡Empieza a tocar, hijo de puta!
-¡Maricón!
-¡Tócame esto! - uno de aquellos
comas etílicos andantes le lanzó una copa vacía que acertó de
pleno en la cabeza de Armaud. No pasó ni un segundo antes que
desapareciera de la sala, pero la sangre recorriendo el rostro del
joven ya era inevitable. Armaud cayó de rodillas y se palpó la
cabeza, su rostro cubierto de sangre recorriéndolo sin tregua. Y,
aún así, sonrió, reponiéndose. Se puso en pie y gritó.
-¡¿Hay alguien vivo aquí?! ¡¿Hay
alguien vivo?!
-¡Siiiiii! - en aquella ocasión, la
práctica totalidad de los asistentes reaccionaron a su grito.
-¡Tengo demasiada sangre en los oídos
y no os oigo! - se llevó una mano hacia una de sus orejas
ensangrentadas - ¡¿Hay alguien vivo aquí?!
-¡¡Siiiiiii!! - todos, absolutamente
todos contestaron, incluso Líon, a pesar de saber que aquello era
una jodida obra de teatro. Una atmósfera electrizante le rodeada.
Myla sonreía, cómplice. Se desangraba por el público.
Se acercó al micrófono y, totalmente
solo en el escenario y sin previo aviso, empezó a cantar a capela.
-En un mundo sin nadie
chica, no me hagas un desaire,
que nadie puede vernos.
Somos eternos...
¡Ya Puedes violarme!
¡Ya Puedes violarme!
Aplausos de aprobación y silbidos a
partes iguales. Y, de repente, Myla le lanzó una guitarra acústica
desde la barra. ¿Se la había dado el barman? Bueh, seguramente.
Teatro del bueno, sin duda. Lo cierto es que aquella guitarra dibujó
una parábola perfecta y terminó entre las manos de un sonriente
Armaud.
Se sentó en una silla alta que algunos
de aquellos humanos mezclados con simios le habían traído.
Rasgando la guitarra, tras él, el
batería y el bajo aparecieron tras una explosión de humo que les
hacía aparecer como si fueran meros fantasmas tras la presencia,
iluminada e incontestable, de Armaud.
Desde el principio se metió el público
en el bolsillo: una canción tras otra, letras llenas de referencias
sexuales, obscenidad y más obscenidad (llegó a hacerle un calvo al
público, algunos de los cuales le lanzaron, con gran peligrosidad,
algunos objetos punzantes. Su estilo musical era sencillo, directo,
con un regusto renacentista y trovadoresco que se basaba más en
hacer reír que en la calidad de las composiciones. A Líon no
terminó de gustarle, especialmente, aunque reconocía que le había
hecho reír varias veces. Su gran energía y su buen humor se
contagiaba, y eso ya era algo a tener un poco en cuenta. Prefería
eso a un cantautor tan soporífero que le vinieran ganas de meterle
un tiro y luego sacarle sus intestinos y ahorcarse con ellos. Aunque
seguramente, en aquél bar, muchos ya se le habrían adelantado.
Una hora y media después, con todo el
público ya entregado y totalmente borracho (¿Entregados al alcohol
o a la música? ¿A ambas cosas? A veces es difícil discernir
fronteras cuando se hallan demasiado borrosas por su estado etílico)
vino el momento más esperado de la noche: la nueva canción que
estrenaba y que había compuesto el mismo día. Era como un ritual
que Armaud repetía en cada uno de sus conciertos. El mismo día
componía una canción nueva y luego la tocaba por primera vez
delante del público por la noche. ¿Un riesgo? ¿Podía salirle todo
fatal i resultar un final de concierto pésimo e inadecuado? Por
supuesto, pero es que a él le encantaban los retos, al menos de
aquél tipo.
-Esta canción va dedicada a Líon, el
cual me contó esta historia que ahora os cantaré. ¡Saluda, Líon!
Le saludó desde el escenario moviendo
la mano de izquierda a derecha. ¡Lo tenía claro si creía que se lo
iba a devolver, a semejante hijo de perra! ¡Nada de nombres, le
había dicho! Esto le pasaba por casi siempre confiar en la gente
equivocada. Quizá había acumulado tanto mal karma, que a partir de
aquél momento su vida caería por una pendiente insalvable, derecha
a un vacío que se precipita hacia un mar de estacas que le iban a
dejar el cuerpo como una esponja.
No se iba a quedar ahí, ni de coña.
Decidió escabullirse entre aquella marabunta de gente.
Pero el mayor error fue haberse
olvidado que, tras él, se hallaba la salvaje pelirroja la cual,
entre grandes carcajadas, le rodeó el cuerpo con unas piernas
sorprendentemente fuertes y flexibles, inmovilizándole por completo.
-¡Suéltame, zorra!
-¡Aquí está, aquí! ¡Este es Líon!
- le señaló con un dedo de forma más que vehemente.
Muchos alzaron sus jarras y sus
botellas en su dirección (¡Hooray!), entre grandes risotadas,
silbidos y algún que otro “¡Tío bueno!” que por el chillido
parecía dispuesta a violarle. Un eléctrico escalofrío recorrió
toda su espina dorsal, de arriba a abajo.
*incompleto
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